The Economist: El otro sexo débil

Las mujeres están adaptándose mejor a los cambios económicos, sociales y tecnológicos que los hombres.

Foto: Getty
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A primera vista, el patriarcado parece estar en apogeo. Son hombres más del 90% de presidentes y primeros ministros, así como casi todos los CEO de las grandes corporaciones, aparte que dominan las finanzas, la tecnología, el cine, los deportes, la música y hasta la stand-up comedy. En buena parte del mundo, disfrutan de privilegios sociales y legales por el simple hecho de poseer un cromosoma Y, de modo que parecería extraño preocuparse por las tribulaciones masculinas.

Pero sí hay motivos. Los hombres se aglomeran en la cima, pero también en la sima: presentan mayores probabilidades de ser encarcelados, alejarse de sus hijos o suicidarse. En los países ricos, los que poseen menor instrucción han tenido dificultades para adaptarse a los enormes cambios económicos y sociales del último medio siglo. A medida que la tecnología y el comercio devaluaban el trabajo físico, los hombres han sufrido para encontrar un rol en el mercado laboral.

En tanto, las mujeres están ganando posiciones en sectores que se expanden como salud y educación, y en el colegio, las niñas obtienen mejores notas. A menudo, los hombres que pierden su empleo en la industria no vuelven a trabajar y les es difícil encontrar pareja, dando como resultado una venenosa combinación de desempleo y falta de familia y perspectivas.

La izquierda política se enfoca en la economía: la reducción de las oportunidades laborales masculinas está afianzando la pobreza y destruyendo familias —quienes solo terminaron secundaria recibían el 2013 un pago 21% menor en términos reales que en 1979, mientras que las mujeres recibían 3% más—. La derecha se preocupa por el colapso de la familia.

La vasta mayoría de mujeres prefiere un compañero que contribuya con las finanzas del hogar, pero también con las tareas domésticas, de modo que se las arreglarían solas en lugar de vivir con un holgazán. He aquí el declive de la familia de clase trabajadora biparental, que todavía es la norma en las clases altas. En los países ricos, la proporción de nacimientos fuera del matrimonio se ha triplicado desde 1980 hasta 33%, aunque en áreas donde la industria ha colapsado, alcanza el 70% o más.

Y es probable que este escenario empeore, pues la tecnología afectará a más sectores económicos. Aunque creará más beneficios para la sociedad, hará inservibles las habilidades de trabajadores que no se actualicen. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) predice que el número absoluto de familias uniparentales seguirá creciendo en casi todos los países ricos.

¿Qué puede hacerse? Parte de la solución descansa en un cambio en las actitudes culturales. Los hombres de clase media han aprendido que necesitan ayudar en el cuidado de los hijos y los de la clase trabajadora tienen que ponerse al día. Las mujeres han aprendido que pueden ser cirujanas sin perder su femineidad y los hombres tienen que entender que el trabajo manual tradicional no volverá y que pueden ser enfermeros y peluqueros sin perder su masculinidad.

Los encargados de las políticas gubernamentales tienen que colaborar, porque existen leyes insensatas que empeoran el problema. Estados Unidos reduce la oferta de hombres casaderos al encarcelar millones de jóvenes por delitos no violentos y luego les dificulta encontrar trabajo cuando salen libres —en Georgia, por ejemplo, no pueden alimentar cerdos, ser bomberos o servir en agencias funerarias—. Un buen número de países avanzados desincentiva a su población pobre a contraer matrimonio o convivir, pues les recorta sus beneficios sociales si lo hacen.

Claro que más importante que eliminar las políticas tontas es reestructurar el sistema educativo, que fue diseñado en una época en que la mayoría de hombres trabajaba con sus músculos. Los políticos tienen que reconocer que el bajo rendimiento académico de los muchachos es un problema serio y solucionarlo.

Algunas políticas inteligentes que son positivas para todos, son particularmente positivas para los niños. Es el caso de la educación preinicial, que proporciona a los chicos más estructura y mejores chances de desarrollar habilidades verbales y sociales.

Los países con sistemas vocacionales exitosos como Alemania, han hecho un mejor trabajo que los países anglosajones en la motivación no académica de los chicos y en guiarlos hacia trabajos para los que poseen las habilidades adecuadas. Sin embargo, se necesita reinventar la educación vocacional para que sea útil en una era en la que los aprendices tienen más probabilidades de obtener empleo en los hospitales que en las fábricas.

De manera más general, los colegios necesitan volverse más acogedores para los niños. Se debe reconocer que ellos son más movedizos que las niñas: hay que darles cantidades de deportes y juegos que consumen energía, en lugar de darles Ritalin o reprenderlos por no estarse quietos. También hay que ofrecerles ejemplos a seguir: contratar más profesores en los colegios primarios a fin de demostrarles que los hombres también pueden ser maestros.

La creciente igualdad de género es uno de los grandes logros de la posguerra: las personas tienen mejores oportunidades que antes para alcanzar sus metas sin importar el sexo al que pertenecen. Pero algunos hombres no han podido adaptarse a este mundo nuevo. Es el momento de darles una mano.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2015

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