BRASIL. El expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, miembro fundador y presidente honorario del Partido de los Trabajadores (PT), ha sido condenado a nueve años y seis meses de prisión; el juez Sergio Moro lo encontró culpable de corrupción pasiva y lavado de dinero. La sentencia afirma que Lula aceptó sobornos por US$ 1.1 millones de la constructora OAS, además, como encargado de nombrar a los directores de Petrobras, el juez considera que tenía un papel relevante en la trama criminal de lo que en Brasil se conoce como Lava Jato.
A pesar de ello, al ser el primer presidente de Brasil en ser condenado por corrupción, el juez ha permitido que mientras se resuelva la apelación Lula no sea puesto en prisión.
Esta sentencia, que sin duda tiene una gran relevancia en el marco de los procesos que se llevan adelante en Brasil para la lucha anticorrupción, también tendrá implicancias en otros países de la región. En el caso del Perú, la condena de Lula será un doble golpe para los políticos de izquierda.
Primero porque el dirigente sindicalista que empezó desde abajo y llegó a la Presidencia fue considerado un líder y un ejemplo de lo que puede lograr un Gobierno de izquierda; ver que cayó en las mismas taras que se critican a los gobiernos de derecha les restará credibilidad.
En segundo lugar, el proceso en Brasil ha evidenciado la injerencia del PT en la política peruana. Por ejemplo, Marcelo Odebrecht ha afirmado que el aporte realizado por su empresa a la campaña de Ollanta Humala fue a pedido del ministro Palocci y salió de los fondos destinados al PT, la justificación habría sido “razones geopolíticas”.
Lo lamentable es que la izquierda peruana haya permanecido casi en silencio frente a estos incidentes, pues normalmente tiene una rápida reacción para criticar cualquier mal comportamiento de grupos políticos que no son de izquierda o que consideren que los males son consecuencia de la “economía de mercado”.
En algún momento, todas las fuerzas políticas y la ciudadanía en particular deberán entender que pertenecer a uno u otro partido no hace buenas o malas a las personas per se. Además, los delitos deben ser medidos con la misma vara sin importar la tienda política del infractor. Criticar a los enemigos y tratar de pasar por agua tibia a los amigos es hipocresía.