¿Censurar o no censurar? He ahí el dilema… Nuevamente, el fujimorismo se enfrenta a la disyuntiva de censurar o no a un ministro de este gobierno.
Recordemos que tras la censura a Jaime Saavedra, la amenaza de ser censurado llevó a que el primer vicepresidente renunciase al Ministerio de Transportes y Comunicaciones. De forma similar, la inminente censura a Alfredo Thorne, entonces, ministro de Economía y Finanzas, llevó a que este pidiese un voto de confianza al Congreso y, al no obtenerlo, a que se retirase del Gobierno. Una censura con todas de las ley y dos censuras solapadas, en las que el fujimorismo y el ministro potencialmente censurado encontraron una salida menos costosa.
Hoy, tras la huelga magisterial –o, mejor dicho, las huelgas magisteriales– y la exposición de la ministra Martens en el Congreso, diversos líderes del fujimorismo piden que la ministra renuncie. Y lo hacen de la mano de los congresistas del Frente Amplio, una fuerza ideológicamente cercana a los líderes radicales que promovieron y alargaron innecesariamente la huelga magisterial. ¿Por qué pedir que renuncie y no censurarla? La respuesta parece encontrarse en el juego y cálculo político de corto plazo, donde los intereses del país quedan afuera. Pero cabe preguntarse si en este caso, que ha recibido tanta atención del público, ¿es sensato pensar que el cálculo político pueda hacerse al margen de los intereses del país y en contra de la base electoral que respaldó y supuestamente todavía respalda a Fuerza Popular?
¿Por qué censurar a Martens? ¿Por la política educativa que viene implementando, la cual continúa y perfecciona los lineamientos trazados por Chang y Saavedra ya hace algunos años? ¿Por el currículo escolar? ¿Por defender la igualdad de género y no comulgar con la homofobia? No creo, esa batalla ya es historia antigua. Según algunos, habría que censurarla por el manejo de las huelgas magisteriales. Pero ¿por qué? ¿Por promover la meritocracia y defender a capa y espada las evaluaciones del magisterio? ¿Por defender el principio de autoridad, a pesar del costo político que esto implicaba? ¿Por haber ordenado el descuento de haberes y declarado que sustituiría a los que continuaban torpemente sin cumplir con su deber de dictar clases? ¿O por atreverse a decir la verdad y tener la honestidad de admitir errores y debilidades de parte del ministerio que ella dirige?
Parece ser que el fujimorismo busca censurar a la ministra por el manejo de las huelgas. Sin duda, el manejo de las mismas distó mucho de ser óptimo. El Gobierno no contó con la información mínima que requería para llevar a delante esta negociación de manera eficiente. En particular, la fragmentación del movimiento sindical y el creciente cuestionamiento de la representatividad de la dirigencia sindical fueron factores detrás de la prolongación del proceso. Y como si esto no fuese poco, muchos políticos contribuyeron a empeorar la situación.
Increíblemente, el mismo PPK restó al interferir en la negociación que llevaban adelante sus ministros. Pero esa no fue la única interferencia. Congresistas de izquierda también hicieron lo suyo, promoviendo la confrontación y sirviendo a la causa de Pedro Castillo. Y, sorprendentemente, la actuación de algunos líderes de Fuerza Popular no distó mucho de la de los líderes de la izquierda radical; le hicieron el juego a Castillo y contribuyeron a alargar la huelga, cuyo manejo hoy critican.
La opinión pública no es tonta; en las últimas encuestas, esta censura el comportamiento del fujimorismo respecto a la huelga: 53% lo desaprueba. En contraposición, la actuación de algunos operadores políticos experimentados, como Jorge del Castillo, fue percibida como responsable y ha de redituar a su favor en el futuro.
La ministra no va a renunciar. El fujimorismo se enfrenta a la disyuntiva de censurarla y convertirse en el aliado de la izquierda radical, o de no hacerlo y presentar propuestas constructivas que le permitan recuperar el liderazgo en la formulación de políticas públicas y en la definición de la agenda política.
Actuar de la mano de la izquierda, censurando a la ministra, es –como lo dejó entrever recientemente Lourdes Flores– socavar el principio de autoridad y actuar de espaldas al país. En cambio, presentar iniciativas sensatas en materia de educación puede redituarle mucho y dejarnos a todos en claro que el fujimorismo realmente constituye una opción de gobierno para el Perú, algo que cada vez queda más en duda.
El fujimorismo es percibido como un movimiento pragmático, como el heredero de un gobierno que pacificó al Perú al vencer a Sendero Luminoso, de un gobierno que invirtió como pocos en la infraestructura educativa del país, y como una fuerza política de mano dura que podrá restablecer el orden. ¿A quién en la dirigencia naranja se le ha ocurrido que aliarse tácitamente con los dirigentes de la huelga y con la izquierda radical puede ser una manera de recuperar algo de lo razonable que hizo el fujimorismo durante sus diez años de gobierno.