The Economist: “Fiebre en alza”

Hay razones para creer que el reciente boom biotecnológico no terminará en otra decepción. Lea a continuación el artículo de la revista The Economist sobre este tema.

(Foto: elpais.com)
(Foto: elpais.com)

La expectativa era evidente entre los inversionistas y ejecutivos asistentes a la conferencia de Biotechnology Industry Organization (Organización de la Industria Biotecnológica), celebrada la semana pasada en Nueva York. Es que la semana previa ocho empresas del sector lanzaron sendas ofertas públicas iniciales en Estados Unidos y lograron levantar más de US$ 500 millones.

Durante el evento, el prominente inversionista Oleg Nodelman bromeó que todavía tenía maletines llenos de dinero en efectivo por si alguna empresa los quería. Lo hizo durante un panel de discusión en el que se analizó la posibilidad de que el reciente boom en el sector sea duradero.

La biotecnología consiste en la creación de medicinas y otros productos útiles haciendo uso de la “caja de herramientas de la naturaleza” —es decir, adaptando o aprovechando procesos que desarrollan los organismos vivos—. Por ejemplo, Argos Therapeutics, una de las empresas que levantó capital fresco, trabaja en lograr que los sistemas inmunológicos combatan el cáncer de riñón o la infección por VIH.

El sector ha pasado por ciclos de auges y caídas desde su aparición en la década de 1970. El año pasado, más empresas se enrolaron en el mercado bursátil estadounidense que en cualquier otro periodo desde el 2000. En los últimos doce meses, el índice S&P 500 creció 20%, pero la cotización de las acciones biotecnológicas aumentó en casi tres veces ese porcentaje.

Una de las principales causas de este nuevo boom fue que los inversionistas, llenos del dinero que hicieron con las firmas de Internet, se entusiasmaron con el Proyecto Genoma Humano y se esperanzaron en que este esfuerzo orientado a trazar el código genético completo del homo sapiens generaría la proliferación de nuevos y rentables tratamientos.

Pero el florecimiento de la biotecnología está tomándose su tiempo, pues la biología es compleja y las medicinas tienen el hábito de ser demasiado tóxicas o no funcionar como deberían. Boston Consulting Group estima que el 90% del dinero gastado en investigar nuevas medicinas termina en unas que no sirven.

Y si se obtiene una que funcione, la empresa debe ganarse el favor de los más estrictos reguladores y convencer a gobiernos, aseguradoras y pacientes de que su medicina vale lo que están pagando por ella.

Claro que si se superan esos obstáculos, los retornos pueden ser fabulosos. El veterano inversionista Stelios Papadopoulos sostiene que mucha de la reciente alza en las cotizaciones de las biotecnológicas no se debe a la especulación sino a que el sector está comenzando a producir tratamientos prometedores.

Por ejemplo, la Agencia de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) aprobó en diciembre una medicina para tratar la hepatitis C y este año podría reportarle a su productora, Gilead, ingresos por más de US$ 3,000 millones. También se espera que Biogen Idec gane más de US$ 1,000 anuales por una píldora para la esclerosis múltiple —que la FDA aprobó el año pasado— y sus acciones crecieron cerca de 90% en el 2013.

La pregunta es si estos éxitos son excepciones o señales de otras victorias venideras. Hay varias razones para tener la esperanza de que incluso si el actual frenesí bursátil es pasajero, las empresas biotecnológicas continuarán prosperando. En primer lugar, muchas firmas pequeñas se han convertido en los motores de investigación de las grandes, que tienen más experiencia en las pruebas clínicas finales, que son más costosas, así como en introducir las medicinas en el mercado y comercializarlas.

Segundo, y más importante, las empresas están por fin recogiendo las recompensas de estudiar el genoma humano. A medida que los científicos encuentran las causas genéticas subyacentes de una enfermedad, abren nuevas rutas para desarrollar tratamientos. Y estos avances están haciendo que las pruebas clínicas sean menos costosas, lo que hace que valga la pena investigar enfermedades raras y otras que hasta ahora son difíciles de tratar.

Aprendiendo de los errores
Los inversionistas de largo plazo que respaldan la biotecnología están intentando evitar los errores que cometieron en el pasado. Por ejemplo, Index Ventures, basada en Ginebra (Suiza), no otorga dinero para la construcción de laboratorios lujosos, sino que junta a equipos pequeños de científicos y ejecutivos para que supervisen la investigación en nuevas líneas de medicamentos con potencial, y tercerizan el grueso del trabajo a contratistas externos. Este esquema hace que los costos sean más predecibles y facilita la interrupción de un proyecto si no muestra buenas perspectivas.

Si bien hay razones para el optimismo, no existe garantía de que el actual boom perdurará. En estos tiempos de claridad es tentador olvidar los días oscuros que las compañías tuvieron que soportar. También es incierto que las aseguradoras y los gobiernos continúen pagando altos precios a las empresas biotecnológicas —cada terapia por paciente de un tratamiento para la fibrosis quística comercializado por Vertex cuesta nada menos que US$ 294,000—.

La pregunta más importante es si la investigación se ha vuelto efectivamente más productiva. Más del 80% de los encuestados recientemente por Mark Schoenebaum, analista de ISI Group, dice que sí. Pero el propio Schoenebaum no está convencido. “No estoy diciendo que no haya ocurrido, pero no he sido totalmente persuadido”, explica y añade que aún no se dispone de información estadística que permita alcanzar conclusiones definitivas.

Y a pesar de todos los avances en el estudio del genoma y la mayor sofisticación que han alcanzado las empresas biotecnológicas y sus inversionistas, todavía hay “mucha suerte involucrada en investigación y desarrollo”.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2014

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