El hombre que no olvida sus llaves: la visión a futuro de Rainer Bock

El directivo es un intrépido alemán que comanda aspectos de su vida con un chip subcutáneo. Gestión conversó con uno de los 10,000 “biohackers” que hay sobre el planeta.

Suponga que para abrir la puerta de su auto solo necesite deslizar la mano sobre la puerta de conducción, y que deba hacer exactamente el mismo movimiento para registrar su llegada a la oficina, para entrar a su departamento o para desbloquear su smartphone. Y, mientras más hiperconectado esté su entorno, las posibilidades de tener acceso a casi todo estarían –literalmente– en la palma de su mano.

No supone una escena de ciencia ficción. Tampoco un acto de magia. Es el universo real de los “biohackers”, de los seres humanos que someten sus cuerpos a los avances tecnológicos implantándose minúsculos chips bajo la piel.

Si bien la consecuencia inmediata para el portador consiste en agilizar sus actividades cotidianas; hay un propósito más filantrópico, el mantenerse conectado sin necesidad de entregar más datos a titanes tecnológicos . Un esmero, al fin de cuentas, para traer la privacidad de vuelta.

Rainer Bock, director de Proyectos Estratégicos y Relaciones Públicas Corporativas de Kaspersky Lab, se incluye la lista de uno de los 10,000 “biohackers” que hay en el mundo.

Tiene un biochip cilíndrico, tan pequeño como un grano de arroz, entre el dedo pulgar e índice de la mano derecha. Es un implante subcutáneo NFC, una tecnología de comunicación inalámbrica de corto alcance, que permite el intercambio de datos entre dispositivos. Es un experimento. Bock es un experimento.

¿Quién le espía?
“La primera cosa que la gente siempre me pregunta es: ¿no te preocupa que la NSA te esté espiando? La respuesta es no”, dice en conversación con Gestión.

Los chips actuales tienen tanta capacidad de almacenamiento como un documento vacío de Word, y Bock utiliza el suyo entre otras cosas como tarjeta clave para entrar y salir de las habitaciones de hoteles internacionales cuando le toca hacer viajes de negocios.

No obstante, las posibilidades son variadas: todo depende de la configuración del software.

A Bock le interesa llevar su propia identificación digital bajo la dermis y evaluar su potencial.

“La belleza de esto es que nunca olvido mis llaves”, nos cuenta con firme convicción. “Además, puedo programar otras tareas: desde reiniciar mi canción favorita en mi playlist hasta llamar a alguien en específico”, ejemplifica.

¿Brecha en sofisticación?
El desarrollo de biochips no ha alcanzado su máximo nivel, y Bock quiere acompañar el proceso. Sobre todo porque a medida que estos dispositivos adquieran más funcionalidades, los desafíos en materia de seguridad incrementarán.

“Ahora el chip implantado en mi mano es completamente inseguro, la data no está encriptada, pero como el espacio de almacenamiento es limitado, puedo controlar quién tiene acceso porque deben estar muy cerca de mí”, explica.
Aun así, algunos especialistas creen que el implante podría usarse en un futuro no muy lejano como un medio de pago.

Alternativa que en sí plantea muchos más riesgos: se necesitaría almacenar data sensible como aquella que provee una tarjeta de crédito.

“Por buenas razones, Visa o MasterCard tienen más control sobre el desarrollo y distribución de estos chips, no es posible simplemente registrarlos en un sistema de pago (…) Hoy esa posibilidad es difícil. Lo cierto es que sí hay desarrolladores de chips implantados trabajando para que tengan mayor rango de uso”, dice Bock de 38 años.

No en vano el Railway Sueco anunció hace poco que están aceptando biochips subcutáneos como opción para sacar tickets en sus trenes.

Y es que, en efecto, estos microdispositivos tienen el potencial de reemplazar documentos como pasaportes, licencias hasta boletos de avión: desde un punto de vista técnico son solo pequeñas piezas de información.
Ante todo, Rainer Bock pone paños fríos al asunto: “La encriptación necesita ser a prueba de balas y en este momento aún estamos lejos”.

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