Juegos Olímpicos: ¿Escasez de sedes?

El modelo de negocio de los Juegos Olímpicos se está quedando sin aliento.

Pierre de Coubertin, el aristócrata francés que fundó las Olimpiadas modernas, estaba seducido por las ferias mundiales. En 1900, 1904 y 1908, sus juegos se realizaron como parte de esas exhibiciones, aunque terminó disgustándose porque estas les hacían sombra. Todavía hoy, las Olimpiadas recorren el planeta, pero ese modelo está bajo amenaza: una tras otra, las ciudades están desechando sus ambiciones de organizar el mayor evento deportivo del mundo.

La más reciente ha sido Budapest (Hungría), que el 1 de marzo retiró su candidatura para albergar los juegos de verano del 2024, debido a la oposición pública. Boston, Roma y Hamburgo lo hicieron en los últimos dos años, con lo que el una vez numeroso grupo de aspirantes se ha reducido a dos: Los Ángeles y París.

A estas alturas, esta situación ya tendría que ser familiar para el Comité Olímpico Internacional (COI), pues para las Olimpiadas de Invierno del 2022 muchas ciudades retiraron sus candidaturas y solo quedaron dos: Almaty (Kazajistán) y Pekín. La perspectiva de no contar con postores para juegos futuros —o tener que elegir entre autócratas ansiosos por satisfacer su vanidad— parece más probable que antes.

Un estudio del 2016 de la Escuela de Negocios de la Universidad de Oxford halló que en el periodo 1960-2016 el promedio de los sobrecostos de organizar los juegos fue 156%, el más elevado para cualquier tipo de megaproyecto. Tokio (que organizará los juegos de verano del 2020) ha visto sus costos aumentar a US$ 26,000 millones, cuatro veces la estimación original. El contrato del COI con las sedes incluye una garantía gubernamental que las obliga a asumir los sobrecostos.

Pese a ello, no falta entusiasmo de los auspiciadores y las cadenas de televisión para pagar enormes sumas que les permitan afiliarse a la marca olímpica, pues siguen apostando a que la transmisión en vivo de deportes continuará fascinando a los televidentes. Comcast, casa matriz de la cadena estadounidense NBC Universal, desembolsó US$ 7,750 millones por los derechos exclusivos de transmisión para los juegos del periodo 2022-2032.

El COI se embolsa un porcentaje cada vez mayor de ese dinero: hoy entrega menos del 30% de los ingresos televisivos a la ciudad anfitriona. En contraste, en 1992 entregó a Barcelona el 69%.

Pero si no hay ciudades interesadas en organizar los juegos, este modelo resulta insostenible. El COI ya pasó por esto en la década de 1970, cuando el interés por albergar el circo de los cinco anillos declinó luego que una serie de juegos fuera empañada por ataques terroristas, boicots y agobiantes deudas contraídas por las sedes.

Los Ángeles fue la única candidata para el evento de 1984. El empresario que lideraba la postulación, Peter Ueberroth, desechó la garantía gubernamental e impuso condiciones espartanas tales como el alojamiento de los atletas en dormitorios universitarios. Los juegos resultaron en una utilidad de US$ 215 millones para la ciudad.

¿Podría volver a funcionar una reforma igual de radical? En el 2014, el COI aprobó Agenda 2020, documento que plantea cambios para que los juegos sean menos onerosos, pero no ha sido de mucha utilidad. Luego del retiro de Budapest, el COI dijo que la culpa era de la política del país, antes de admitir que necesita hacer más ajustes al proceso de elección de sedes, porque “el procedimiento actual genera demasiados perdedores”.

Simplemente, podría modificar el modelo actual y entregar un mayor porcentaje de los ingresos por difusión a la ciudad anfitriona, o prometer que cubrirá una porción de los sobrecostos. Algunos entendidos sugieren un modelo más descentralizado, en el que las diferentes competencias se realicen en ciudades de todo el mundo que posean la infraestructura adecuada. Esto distribuiría los costos y reduciría la probabilidad de construir elefantes blancos, aunque afectaría los costos logísticos de las cadenas televisivas.

La respuesta verdaderamente radical sería designar una o pocas sedes permanentes, de modo que la infraestructura deportiva tenga vida luego de la extinción de la llama olímpica. Esta propuesta no es nueva: en 1896, el rey Jorge de Grecia le solicitó a Coubertin que hiciera del país la localidad perpetua de los juegos.

Pero el francés no estaba de acuerdo y admitió tiempo después: “decidí actuar como si fuese estúpido y fingí no entender”. El actual presidente del COI, Thomas Bach, podría no tener el lujo de ignorar la realidad por mucho tiempo.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
*© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2017*

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