Lee el inspirador discurso de Mark Zuckerberg en su graduación en Harvard

El creador de Facebook ha contado anécdotas, ha hablado de dificultades y hasta ha revelado secretos. Lea el discurso de Mark Zuckerberg.

Foto: Reuters
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A sus 33 años de edad, ha sido el orador más joven en los 366 años de historia de Harvard. Mark Zuckerberg ha pronunciado un inspirador discurso durante la ceremonia de graduación de los alumnos de la Universidad y después ha compartido orgulloso la imagen en redes sociales.

El creador de Facebook ha contado anécdotas, ha hablado de dificultades y hasta ha revelado secretos. Al final de su intervención, Mark Zuckerberg ha recitado la oración que se repite cuando se enfrenta a un reto.

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Rectora Faust, junta de supervisión, profesores, exalumnos, amigos, padres orgullosos, miembros de la junta asesora y graduados de la mejor universidad del mundo.

Para mí es un honor estar hoy aquí, porque, digámoslo, habéis conseguido algo que yo nunca pude. Si sobrevivo a este discurso, será la primera vez que termine algo en Harvard. ¡Enhorabuena, promoción del 2017!

Se me hace raro estar aquí, no solo porque dejara la universidad, sino también porque, técnicamente, somos de la misma generación. Hace menos de una década, yo estudiaba las mismas ideas y me quedaba dormido en las mismas clases. Puede que hayamos tomado distintos caminos para llegar aquí, especialmente si venís desde el Quad, pero hoy quiero hablar de lo que he aprendido de nuestra generación y del mundo en que vivimos.

Estos dos últimos días me han traído muy buenos recuerdos.

¿Cuántos recordáis qué estabais haciendo cuando recibisteis el email de admisión en Harvard? Yo estaba jugando al Civilization. Bajé corriendo hasta donde estaba mi padre, cuya reacción fue grabarme mientras abría el email. Podría haber sido un vídeo muy triste. Os juro que entrar en Harvard sigue siendo de lo que más orgullosos están mis padres.

Motivación es pensar que formamos parte de algo más grande, que somos necesarios, que tenemos un objetivo por el que trabajar. La motivación es lo que nos hace realmente felices.

En mis viajes, he charlado con niños en centros de menores y con drogadictos, que me han contado que su vida podría haber sido diferente de haber tenido algo que hacer después de clase. He conocido a obreros que saben que no recuperarán su antiguo trabajo y tratan de encontrar su lugar.

Para que nuestra sociedad siga avanzando, como generación debemos crear no solo nuevos empleos, sino también nuevas motivaciones.

Recuerdo la noche en la que lancé Facebook desde mi dormitorio en Kirkland House. Fui a Noch’s con mi amigo KX. Recuerdo decirle que me hacía mucha ilusión conectar a la comunidad de Harvard, pero que un día alguien conectaría todo el mundo.

Nunca pensé que ese alguien seríamos nosotros. Solo éramos compañeros de universidad. No teníamos ni idea de cómo hacerlo. Había grandes empresas tecnológicas con recursos, por lo que daba por sentado que una de ellas lo haría. Pero una cosa teníamos clara: todo el mundo quiere estar conectado. Así que seguimos trabajando, día a día.

Seguro que a muchos de vosotros os ha pasado lo mismo. Un cambio que parece tan obvio que estás seguro de que otros lo harán. Pero no serán otros, sino vosotros.

Sin embargo, no basta con estar motivado. También hay que motivar a los demás.

Es algo que descubrí por las malas. Mi esperanza no fue nunca crear una empresa, sino generar impacto. Cuando se nos unieron todas estas personas, supuse que ese era también su objetivo, por lo que no dije nada.

No basta con estar motivado. También hay que motivar a los demás.

Un par de años después, nos quisieron comprar grandes empresas, pero yo no quise vender. Quería comprobar si podíamos conectar a más personas. Estábamos creando la primera sección de noticias y pensé que, si la lanzábamos, cambiaríamos la forma de conocer el mundo.

Casi todos los demás querían vender. Sin una motivación mayor, era el sueño de cualquier startup. Esta situación dividió a nuestra empresa. Tras una fuerte discusión, un asesor me dijo que, si no accedía a vender, lo lamentaría el resto de mi vida. La crispación era tal que, en un año, todo el equipo de dirección acabó marchándose.

Fue mi peor momento al frente de Facebook. Creía en lo que hacíamos, pero me sentía solo. Y lo que es peor, yo era el culpable. Me preguntaba si estaba equivocado, si era un chaval de 22 años que no sabía cómo funcionaba el mundo.

Ahora, años después, sé que así es como funcionan las cosas sin una motivación mayor. Somos nosotros los que debemos generarla para poder seguir avanzando juntos.

Hoy quiero hablaros de tres formas de crear un mundo donde todos tengan una motivación: asumiendo juntos grandes proyectos relevantes, redefiniendo la igualdad de oportunidades para tener la libertad de elegir nuestra motivación y creando una comunidad mundia

Primero, debemos asumir grandes proyectos relevantes.

Nuestra generación deberá convivir con la sustitución de decenas de millones de empleos por coches y camiones autónomos. Sin embargo, tenemos potencial para hacer mucho más juntos.

Cada generación tiene obras que la definen. Más de 300 000 personas trabajaron para enviar al hombre a la Luna, incluido ese conserje. Millones de voluntarios inmunizaron a niños de todo el mundo contra la polio. Otros tantos construyeron la presa Hoover y otros grandes proyectos.
Estos proyectos no solo sirvieron de motivación a quienes participaron en ellos; también demostró al país que podíamos hacer grandes cosas.

Ahora, nos toca a nosotros hacer grandes cosas. Es probable que estéis pensando: “No sé cómo construir una presa ni involucrar a millones de personas en algo”.

Dejad que os cuente un secreto: nadie sabe al principio. Las ideas tienen que ir tomando forma. Se van haciendo realidad al trabajar en ellas. Solo hay que ponerse en marcha.

Si hubiese tenido que saber de antemano todo sobre cómo conectar a personas, nunca hubiese puesto en marcha Facebook.

El cine y la cultura pop están muy equivocados. Esa idea de un momento de brillantez es una mentira peligrosa. Nos hace sentir ineptos por no tener el nuestro. Impide que gente con el germen de buenas ideas las pongan en marcha. ¿Sabéis en qué más se equivoca el cine? Nadie escribe fórmulas matemáticas sobre cristal. Eso no existe.

Lo cierto es que todo lo que hagamos planteará problemas en el futuro, pero eso no debería echarnos atrás.

Está bien ser idealista, pero preparaos para ser unos incomprendidos. Trabajad en una gran idea y os llamarán locos, aunque al final salga bien. Trabajad en un problema complejo y os culparán por no llegar a comprender el desafío, aunque sea imposible saberlo todo de antemano. Tomad la iniciativa y os criticarán por ir demasiado rápido, porque siempre habrá quien os quiera ralentizar.

A menudo, nuestra sociedad no hace grandes cosas porque tiene tanto miedo a equivocarse que acaba por ignorar qué está mal hoy en día. Lo cierto es que todo lo que hagamos planteará problemas en el futuro, pero eso no debería echarnos atrás.

Así que ¿a qué estamos esperando? Es hora de que nuestra generación haga las obras públicas que la definan. ¿Y si detenemos el cambio climático antes de que destruyamos el planeta y hacemos que millones de personas fabriquen e instalen paneles solares? ¿Y si curamos todas las enfermedades y pedimos voluntarios para rastrear su historial clínico y compartir su genoma? Hoy en día gastamos 50 veces más en tratar a los enfermos que en buscar curas para que la gente no enferme. No tiene sentido. Podemos solucionarlo. ¿Y si modernizamos la democracia para que todos puedan votar en internet y personalizamos la educación para que todos puedan aprender?

Son logros que están a nuestro alcance. Hagámoslo de tal modo que involucremos a toda la sociedad. Hagamos grandes cosas. No generemos solo progreso, también motivación.

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Si queremos crear un mundo donde todos tengamos una motivación, lo primero que debemos hacer es asumir proyectos importantes.

Lo segundo es establecer igualdad de oportunidades para que todos dispongamos de los medios para poder alcanzar nuestras metas.

Muchos de nuestros padres han tenido trabajos estables a lo largo de sus carreras profesionales. Pero hoy en día todos somos emprendedores, tanto si estamos iniciando un proyecto como si estamos buscando trabajo. Y eso es genial, porque, gracias a ese espíritu emprendedor, estamos progresando mucho.

La sociedad en la que vivimos se preocupa demasiado por recompensar el éxito y no nos esforzamos lo suficiente para ayudar a los demás a intentar triunfar.

El espíritu emprendedor prospera cuando es fácil probar muchísimas ideas diferentes. Facebook no fue el primer proyecto que desarrollé. También desarrollé juegos, sistemas de mensajería instantánea, herramientas para estudiar y reproductores de música. Y no soy el único. A JK Rowling la rechazaron 12 veces antes de publicar Harry Potter. Incluso Beyoncé tuvo que componer cientos de canciones hasta conseguir Halo. Los éxitos más importantes se consiguen cuando existe la posibilidad de fracasar.

Pero hoy en día, existe un nivel tan alto de desigualdad que todos nos vemos afectados. Cuando alguien no dispone de los medios para convertir su idea en una iniciativa histórica, todos salimos perdiendo. En la actualidad, la sociedad en la que vivimos se preocupa demasiado por recompensar el éxito y no nos esforzamos lo suficiente para ayudar a los demás a intentar triunfar.

Seamos realistas. Hay algo que no funciona en nuestro sistema, ya que algunos de nosotros podemos hacer muchas cosas mientras que millones de estudiantes no pueden pagar los préstamos universitarios y, mucho menos, la creación de una empresa.

Conozco a muchos emprendedores y ninguno ha tirado la toalla al ver que la empresa que está creando posiblemente no sea rentable. Sin embargo, conozco a muchas personas que no han cumplido sus sueños porque no contaban con un colchón en el que caer si fracasaban.

Todos sabemos que el éxito no llega solo por tener una idea brillante o por trabajar mucho. También hay que tener suerte. Si hubiera tenido que ayudar a mi familia a salir adelante en lugar de tener tiempo para programar; si no hubiera sabido que no pasaría nada si Facebook no funcionaba, hoy no estaría aquí. Sinceramente, todos sabemos la suerte que hemos tenido.

Todas las generaciones amplían su definición de igualdad. Las generaciones anteriores lucharon por el derecho a votar y los derechos civiles. Vivieron el Nuevo Trato y la Gran Sociedad. Este es el momento de definir un nuevo compromiso social para nuestra generación.

Debemos medir el progreso, no solo mediante datos económicos como el PIB, sino también por el número de personas que consideran que tienen una labor importante.

Debemos medir el progreso, no solo mediante datos económicos como el PIB, sino también por el número de personas que consideran que tienen una labor importante. Debemos desarrollar ideas como la renta básica universal con el objetivo de ofrecer a todas las personas un colchón para poder emprender nuevos proyectos. Seguramente cambiemos muchas veces de trabajo, por lo que necesitamos una atención sanitaria e infantil accesibles que no dependan de ninguna empresa. Seguramente cometamos muchos errores, por lo que necesitamos una sociedad que no se centre tanto en castigarnos o estigmatizarnos. Y, como la tecnología no deja de avanzar, debemos centrarnos más en seguir formándonos a lo largo de nuestra vida.

Y sí, disponer de los medios para alcanzar nuestras metas no es gratuito. Personas como yo debemos pagar por ellos. Muchos de vosotros conseguiréis grandes cosas y tendréis que pagar igualmente .

Esta es la razón por la que Priscilla y yo creamos la Chan Zuckerberg Initiative y destinamos todos nuestros recursos en fomentar la igualdad de oportunidades. Estos son los valores de nuestra generación. Nunca dudamos en llevarla a cabo. La única duda que tuvimos era cuándo hacerlo.

La generación Y es una de las generaciones más solidarias de todos los tiempos. En un año, tres de cada cuatro personas de esta generación en EE. UU. ha hecho una donación, y siete de cada diez ha recaudado dinero.

Pero el dinero no lo es todo. También puedes ofrecer tiempo. Os prometo que, con solo un par de horas a la semana, podéis ayudar a alguien a sacar todo su potencial.

Seguro que pensáis que es mucho tiempo. Yo, al menos, lo pensaba. Cuando Priscilla se graduó en Harvard, se hizo profesora. Pero antes de trabajar conmigo en el sector educativo, me dijo que debía impartir clases. Yo le dije: “Bueno, estoy bastante ocupado. Estoy llevando esta empresa”. Pero ella insistió y, al final, impartí un curso de enseñanza secundaria sobre iniciativa empresarial en el Boys and girls club local.

Les di clases sobre desarrollo de producto y marketing, y ellos me enseñaron lo que se siente cuando te señalan con el dedo por tu raza o por tener a un familiar en la cárcel. Yo compartía historias de mi época estudiantil y ellos compartían conmigo su ilusión por ir a la universidad. Desde hace cinco años, voy a comer con esos niños una vez al mes. Incluso uno de ellos nos organizó nuestra primera fiesta de nacimiento. Y el año que viene empiezan la universidad. Todos. Los primeros en sus familias.

Todos podemos sacar tiempo para echar una mano a alguien. Todos deberíamos contar con los medios para poder alcanzar nuestros objetivos, no solo porque es lo que hay que hacer, sino también porque cuantas más personas puedan elegir su motivación, mayores serán los beneficios para todos.

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La motivación no nace solo del trabajo. La tercera manera de hacer que todos tengamos una motivación es construir una comunidad. Cuando nuestra generación habla de “todos”, se refiere a “todas las personas del mundo”.

Levantad un momento la mano. ¿Cuántos de vosotros sois de otro país? Y ahora, ¿cuántos sois amigos de ellos? Ahora nos entendemos. Hemos crecido conectados.

En una encuesta a personas de todo el mundo pertenecientes a la generación Y, se les preguntaba por aquello que definía su identidad. La respuesta más extendida no fue la nacionalidad, la religión o la etnia, sino “Soy ciudadano del mundo”. Esto es muy importante.

Cada generación amplía el circulo de las personas que considera “uno de los nuestros”. Para nosotros, ese círculo engloba a todo el planeta.

Sabemos que durante la historia de la humanidad, nos rendimos ante las numerosas personas que se unen (desde las tribus hasta las ciudades y las naciones) para conseguir todo aquello que no podrían conseguir por sí solos.

Para progresar en la actualidad, debemos unirnos, no solo a nivel local o nacional, sino a nivel global.

Somos conscientes de que las grandes oportunidades ahora son globales. Podemos ser la generación que acabe con la pobreza y las enfermedades. Somos conscientes de que los mayores desafíos precisan respuestas también globales. Ningún país puede luchar contra el cambio climático o prevenir pandemias en solitario. Para progresar en la actualidad, debemos unirnos, no solo a nivel local o nacional, sino a nivel global.

De todos modos, vivimos en una época inestable. La globalización se está olvidando de muchas personas en todo el mundo. Es muy difícil preocuparnos por personas de otros lugares del mundo si no estamos satisfechos con nuestras vidas. Prima más todo aquello que nos rodea.

Esta es la batalla que nos ha tocado librar: el poder de la libertad, la amplitud de miras y la comunidad global contra el poder del autoritarismo, el aislacionismo y el nacionalismo. El poder del flujo de la información, el comercio y la inmigración contra aquellos que quieren frenarlos. Esta no es una lucha de naciones, es una lucha de ideas. En todos los países hay personas que apoyan la conexión global y otras que están en contra.

Pero la decisión no está en manos de las Naciones Unidas. Esta decisión se tomará a nivel local, cuando haya un gran número de personas que tengan una motivación y la estabilidad suficiente para abrir la mente y preocuparnos por los demás. La mejor manera de hacer esto es empezar a crear comunidades locales.

Nuestras comunidades dan sentido a todo. Tanto si nuestras comunidades son casas o equipos deportivos como iglesias o grupos de música, nos hacen sentir que formamos parte de algo grande, que no estamos solos. Nos dan la fuerza necesaria para ampliar nuestros horizontes.

Por eso sorprende que, durante décadas, los miembros de cualquier tipo de grupo han disminuido más del 25 %. Ese 25 % está compuesto por muchas personas que ahora tienen que marcarse objetivos en otros lugares.

Pero estoy convencido de que podemos volver a reconstruir estas comunidades y crear otras, porque muchos de vosotros ya lo estáis haciendo.

He conocido a Agnes Igoye, que se gradúa hoy. ¿Dónde estás, Agnes? Ha vivido durante toda su infancia en zonas en conflicto en Uganda. Ahora, enseña a miles de agentes de policía a mantener la seguridad de las comunidades.

He conocido a Kayla Oakley y Niha Jain, que también se gradúan hoy. Levantaos. Kayla y Niha crearon una organización sin ánimo de lucro que conecta a las personas que sufren enfermedades con personas de sus comunidades dispuestas a ayudar.

He conocido a David Razu Aznar, que se gradúa hoy en la Kennedy School. David, levántate. Es un antiguo concejal que ha liderado la lucha por el matrimonio entre personas del mismo sexo en Ciudad de México, haciendo de esta ciudad la primera de Latinoamérica en aprobarlo, incluso antes que San Francisco.

Esta es mi historia. Un estudiante en una habitación que conecta comunidades una por una y que seguirá insistiendo hasta que un día el mundo entero esté conectado. El cambio empieza a nivel local. Incluso los cambios globales empiezan a pequeña escala y con personas como nosotros. En nuestra generación, el debate de si nos conectamos más, de si conseguimos las mejores oportunidades depende de vuestra capacidad de crear comunidades y construir un mundo en el todas las personas tengan motivaciones.

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Promoción de 2017, os estáis graduando en un mundo que necesita objetivos. Está en vuestras manos el crearlos. Seguro que estáis pensando: “¿Realmente soy capaz de hacerlo?”

¿Os acordáis de lo que os he dicho sobre la clase que di en el Boys and girls club? Un día después de clase, les estaba hablando de la universidad y uno de mis mejores estudiantes alzó la mano y dijo que no sabía si podría ir porque no tenía papeles. Que no sabía si le dejarían ir.

El año pasado, me lo llevé a desayunar por su cumpleaños. Quería hacerle un regalo, así que le pregunté y empezó a hablar sobre los estudiantes que lo pasaban mal y, al final, me dijo: “Lo único que quiero es un libro sobre justicia social”.

Me impactó muchísimo. Un chaval que tiene todas los motivos para ser cínico. No sabía si el país al que él llama hogar (y el único que ha conocido) le negaría la oportunidad de cumplir su sueño de ir a la universidad. Pero no se sentía mal por él. Ni siquiera pensaba en él. Él tiene una gran motivación en la vida y servirá de ejemplo a muchas personas.

Que el poder de la fuerza, que ha bendecido a los que vinieron antes que nosotros, nos ayude a encontrar la valentía para hacer de nuestras vidas una bendición”.

No puedo ni decir su nombre para no ponerle en peligro, hecho que refleja la situación actual. Pero, si un estudiante de último año que no sabe qué le deparará el futuro puede aportar su granito de arena para que el mundo siga adelante, los demás también podemos hacerlo, se lo debemos al mundo.

Antes de que crucéis esa puerta por última vez y aprovechando que estamos frente a la Memorial Church, os recitaré Mi Shrebeirach, una oración que he recordado, que repito cuando me enfrento a un reto y que canto a mi hija pensando en su futuro cuando la meto en la cama. Dice así:

“Que el poder de la fuerza, que ha bendecido a los que vinieron antes que nosotros, nos ayude a encontrar la valentía para hacer de nuestras vidas una bendición”.

Espero que encontréis la valentía y hagáis de vuestras vidas una bendición.

Enhorabuena, promoción del 2017. Que tengáis muchísima suerte.

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