FOTOS | El primer presidente de raza negra de Sudáfrica, y uno de los hombres más admirados de su generación, pasó 27 años encarcelado, gran parte de ellos en una celda en la isla de Rodden.
Su espacio vital se reducía a un habitáculo húmedo de 2,4 metros de largo por 2,1 de ancho con una estera de palma como cama. Cuando salió de la última de las prisiones en las que estuvo confinado cambió su ignominioso descenso a los infiernos por una más que merecida temporada en el paraíso.
El aspecto del barrio de Sundhurts, una de esas zonas algo ostentosas para los muy ricos con un ligero aire a Beverly Hills, obedece ciertamente a ese cliché de suburbio paradisíaco de palmeras, setos cortados al milímetro y calles desiertas e impolutas. De cuando en cuando, un Ferrari. De cuando en cuando, un Porsche. Baratijas, en definitiva, para quienes comercian con oro y diamantes a gran escala.
En una de las mejores mansiones de esta comunidad de Johannesburgo se instaló Mandela como invitado de uno de los hombres mas acaudalados del continente, el magnate de seguros Douw Steyn. Un hombre de ideas liberales, poco mediático, la clase de empresario bien relacionado que conseguía que Michael Jackson tocara en sus fiestas de cumpleaños y que tenía -y tiene- buenos amigos en el Congreso Nacional Africano (CNA).
Mandela pasó allí seis meses editando su autobiografía, Long Walk to Freedom, y redactando el borrador de la actual constitución de Sudáfrica. Casi 30 años después de este episodio, Steyn conserva su espléndida casa, y lo que es todavía mejor, hace algún tiempo la convirtió en un lujoso hotel.
The Saxon es una joyita de 24 suites, uno de esos secretos que los viajeros más sibaritas que recalan en África se guardan para sí. La Nelson Mandela Platinum Suite, donde el dirigente pasó largos periodos en diversas ocasiones, despliega buen gusto en sus espaciosos 400 metros. Su armario para las maletas es mayor que la celda de la isla de Rodden.
Un sueño cumplido
Mientras el dirigente del CNA pasaba sus días escribiendo, Steyn cumplía uno de sus sueños: poseer una gran reserva cerca de Johannesburgo. Comenzó a comprar granjas y tierras hasta hacerse con 10.000 hectáreas junto a las montañas de Waterberg, en la provincia de Limpopo, a unos 200 km al norte de la ciudad.
Adquiridas las tierras donde antes se cultivaba forraje y sandías, el magnate jugó a ser Noé y llevó hasta allí cientos de parejas de animales: rinocerontes, jirafas, cebras, elefantes y, naturalmente, los grandes depredadores africanos: leones, leopardos, guepardos. Y mientras Mandela escribía su propio pasado y el futuro de su país, Steyn parecía como si redactara el libro del Génesis.
Creó en su reserva el lago artificial más grande de todo el cono sur, tras embalsar las aguas del río Frikkie-se-loop. Los cocodrilos traídos del Nilo y los hipopótamos que allí se refrescan ignoran, naturalmente, que la construcción de esta piscina de 30 hectáreas requirió negociaciones con los Gobiernos de Mozambique, Zimbawe y Botswana.
También lo desconocen los visitantes que suelen hacer un pequeño crucero por estas aguas tranquilas al anochecer, una manera de terminar una jornada relajada que suele transcurrir buscando los big five.
El fundador de Budget Insurance Company llamó a su paraíso Shambala, lugar de paz en sánscrito, y comenzó a construir una gran casa para él y unos 15 chalets de estilo zulú para sus invitados. En uno de ellos se alojó en cierta ocasión su amigo Mandela.
Como relata en sus memorias Zelda la Grange, secretaria del Premio Nobel de la Paz, en el transcurso de este viaje, Down le ofreció a Mandela y a su tercera esposa, Graca Machel, construir para ellos en la reserva una residencia en la que pudieran descansar, disfrutar de privacidad en medio de la naturaleza y que le permitiera trabajar y recibir a los numerosos dignatarios y amigos ilustres de Mandela con quienes siguió teniendo contacto tras abandonar la vida pública.
“Levantó la casa más hermosa de la propiedad, incluso antes de completar la suya propia”, escribe la Grange. El matrimonio comenzó a pasar largas temporadas en su residencia en Shambala en 2001 y se convirtió en su retiro habitual cuando no estaban en su casa de Johannesburgo.
Sobriedad
A diferencia del estilo palaciego italiano de la mansión de Styne, excesivamente llamativa y algo fuera de lugar, dicho sea de paso, la casa que construyó para Mandela es de un lujo más discreto, de corte contemporáneo y claras raíces en la cultura africana. Techos de paja, columnas realizadas con grandes ramas de árbol, detalles decorativos hechos con cuernos o espinas de puercoespín.
Hay numerosas piezas de madera de un reconocido artesano mozambiqueño, un guiño al país de origen de Graca Machel. Bordados y tejidos tradicionales adornan las cortinas y alfombras de esta casa de seis dormitorios y dos amplios salones.
En ellos se muestra parte de la interesante colección de arte de su propietario y su sala de reuniones tiene una mesa que evoca un escudo xhosa, la etnia de Mandela.
Dada la avanzada edad de su octogenario primer ocupante, los arquitectos que trabajaron por encargo de Styne pensaron en todo: no hay escaleras y todas las puertas son los suficientemente anchas para que quepa una silla de ruedas con facilidad. Su libro de visitas es un variopinto who is who de personajes que han brillado en nuestra época: Bill Clinton, Desmond Tutú, Oprha Winfrey, Naomi Campbell… Morgan Freeman y Matt Damon le visitaron durante el rodaje de la exitosa Invictus.
Con cierta predisposición a convertir sus casas en hoteles, el magnate de los seguros abrió en 2012 parte de las residencias para invitados y creó el Shambala Zulu Camp. Se trata de uno de los pequeños resorts de lujo mas valorados del país, que ofrece sus coquetos lodges de aspecto rústico junto al río y la posibilidad de realizar safaris a lomos de elefantes traídos de Zimbawe.
Tras la muerte de Mandela en 2013, y pasado lo que se consideró un periodo de luto oficial y unos años de cierre de la propiedad, Steyn decidió en 2015 sacarla al mercado de villas de alquiler.
El equipo de The Saxon se ocupa de su gestión. Tiene cabida para 12 personas, mismo número de staff que atiende a los huéspedes. Al haber sido construida como residencia privada resulta bastante más acogedora que un hotel.
Las huellas de su primer morador le dan un interesante valor añadido; recientemente ha sido rebautizada como Nelson Mandela Center for Reconcilation. Marisa Nogales, socia del tour operador Descubre Viajes destaca entre las ventajas de la propiedad su situación en una de las zonas menos turísticas del país, libre además de malaria. “Ofrece los servicios de un hotel de lujo y las ventajas de una casa particular.
Es lo más parecido a sentirse propietario de un refugio en una gran reserva en África”. A los pies del monte Watemberg, en este caso.
Diario Expansión de España
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