Analistas del mercado venezolano necesitan una bola de cristal

¿El productor de petróleo más grande del continente no puede mantener las luces encendidas? Dejen de usar secadoras de cabello, dice Maduro.

(Foto: Reuters).
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Bloomberg.- Olvídese de Donald Trump. Mucho antes de que la Casa Blanca comenzara a traficar con hechos alternativos, el gobierno de Venezuela ya acaparaba el mercado del pensamiento mágico.

¿Usted dice que el flagrante mal manejo económico está destruyendo la economía? Tonterías, responde el presidente Nicolás Maduro, la desaparición de bienes como alimentos y medicinas es obra de especuladores sin escrúpulos.

¿El productor de petróleo más grande del continente no puede mantener las luces encendidas? Dejen de usar secadoras de cabello, dice Maduro.

¿Los contrabandistas se enfrentan a balazos para apoderarse de una parte del próspero mercado negro fronterizo? “Basta de este terrorismo”, dijo Maduro, arremetiendo contra las fuerzas paramilitares colombianas.

La información económica fiable es tan difícil de encontrar como la insulina en la República Bolivariana. El gobierno ni siquiera finge que no está ocultando la tasa de homicidios, y ni idea de cuál sea la tasa de pobreza.

El Banco Central dejó de publicar datos de la inflación en diciembre del 2015, y el dato del Producto Bruto Interno (PBI) no ha sido actualizado en más de un año. El último informe del ministerio de finanzas acerca de las cuentas fiscales federales es del 2013.

Incluso los reportes acerca de la producción de petróleo, del que Venezuela depende en un 95% de sus ingresos por exportaciones, sale a cuentagotas seis meses tarde, y con frecuencia difiere de los datos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo.

Entonces, ¿cómo navegar la peor crisis de la que se tenga recuerdo en la nación con más problemas de Latinoamérica? “Es como una labor detectivesca”, dijo Francisco Monaldi, economista de energía de Venezuela, que trabaja en el Instituto Baker de la Universidad Rice. “La mayoría de los observadores de Venezuela no tiene idea”, agregó.

Considere el peculiar sistema cambiario de Venezuela el país tiene tres precios diferentes para el dólar estadounidense, contando la tasa del mercado negro. En algún momento del 2015 tuvo cuatro.

Dependiendo de a quién consulte, la inflación del 2016 fue del 404% (según Torino Capital LLC), un 720% proyectado (Fondo Monetario Internacional) y 800% (Reuters) o peor.

El PBI nacional cayó 10% el año pasado, si cree al FMI, o 18%, de acuerdo con Francisco Rodríguez, economista en Torino Capital.

Eso deja a empresarios, comerciantes, tenedores de bonos y “cualquier otro cuyo negocio dependa de un contrato”, dijo Rodríguez, volando a ciegas.

Los pocos equipos independientes cuyo trabajo es “adivinar el futuro”, como me dijo un banquero de Caracas, han adquirido el estatus de oráculos.

En ausencia de información clave acerca del crecimiento, los precios y la salud fiscal, muchos analistas han optado por trabajar al margen, rayando en el espionaje. “Monitorear la economía venezolana es como monitorear a Polonia durante la Guerra Fría”, dijo Monaldi.

Quizá el esfuerzo más exhaustivo por descifrar el apagón informativo de Venezuela es el del Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, que reunió a un equipo multidisciplinario de académicos para examinar todos los datos disponibles al público de sectores que van desde gastos gubernamentales hasta el sistema bancario y las políticas sociales.

Datanálisis, la encuestadora más grande del país, produce sus propios datos de sondeos a consumidores y los complementa con la ayuda de tecnócratas cercanos al Instituto Nacional de Estadística o el Banco Central, cosa que puede resultar complicada.

“Debemos tener cuidado, porque divulgar información está prohibido, pero su información normalmente es buena y tenemos buenas fuentes”, comentó José Vicente León, presidente de Datanálisis.

Aun así, señaló, la escasez de estadísticas oficiales obligó a su compañía a cambiar de sondeos económicos a análisis políticos. “La mayoría de las decisiones en Venezuela terminan siendo políticas de todos modos”, dijo.

Para calcular las exportaciones de petróleo, economistas especializados en energía se han ayudado de sistemas globales que monitorean buques cisterna de petróleo, que dependiendo del navío pueden ser un indicador de la cantidad de crudo, u otros derivados del petróleo, que sale de los puertos de Venezuela hacia mercados extranjeros.

Usando el dólar del mercado negro como indicador, Steve Hanke, economista de la Universidad Johns Hopkins, junto con el Instituto Cato, traza regularmente la inflación.

Indagando “bolsas de datos disponibles”, como ingresos fiscales y compras de los socios comerciales más importantes de Venezuela, Rodríguez, de Torino Capital, afirmó que su equipo puede obtener “una imagen bastante buena de los precios y la salud fiscal del gobierno”.

Y para aquellos que se pierden en el misterio del análisis de la regresión económica, Torino también da seguimiento a la inflación a través del Índice de la Arepa Sobrevaluada, que monitorea el precio mensual del bocadillo de harina de maíz favorito del país.

Incluso Bloomberg está haciendo su intento por adivinar qué tan estrafalarios se han vuelto los precios de Venezuela, con su índice Café Con Leche.

Lo que el asediado gobierno venezolano esté sacando con sus tretas es un misterio, pero León tiene una teoría. “La gente no confía en los datos privados”, dijo. “La falta de información siembra la confusión en la base de la pirámide social. Y mantiene a la oposición dudando”.

Y sin embargo quienes monitorean a Venezuela concuerdan en que la prestidigitación oficial es en última instancia contraproducente, pues fomenta que los saboteadores inventen datos o manipulen la poca información que hay disponible.

“A veces los mercados asumen que las cosas están mucho peor de lo que en realidad están”, comentó Rodríguez. “Al gobierno le iría mucho mejor en el mercado crediticio internacional si divulgaran su información”. Además, con el tiempo hasta a los autócratas se les pueden agotar las historias mágicas.

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