(Bloomberg) Phyllis Swenson reconoce el desastre económico. Lo ve en los rostros de las personas que buscan refugio en su iglesia. Lo escucha cuando llega gente a pedir comida, una tarjeta de regalo que sobre, lo que sea.
Ahora la sombra del desempleo y la pérdida la acosa.
“Es aterrador”, dice Swenson, que hace poco recibió una notificación de ejecución hipotecaria.
La mujer de 63 años de Fairfax, Virginia, se cuenta entre los millones de estadounidenses que no se han recuperado junto con la mejora de la economía de su país. Trabaja media jornada en la iglesia Presbiteriana de Vienna, lo cual no le alcanza para pagar todas las cuentas. Casi un año de inútil búsqueda de empleo la ha sumido en el desaliento.
“¿Recuperación?” ironiza. “¿Qué clase de recuperación?”
El mercado laboral ha experimentado una fuerte reactivación: el desempleo es de 4.7%, en comparación con 9.5% de cuando la economía empezó a expandirse en 2009. Los empleadores han incorporado un promedio de 150.000 puestos de trabajo por mes este año, si bien la cifra declinó en mayo a apenas 38.000. El ritmo al cual la gente renuncia, un indicador de la movilidad laboral, crece.
Sin embargo, algunos estadounidenses se sienten profundamente traicionados. Su viaje de regreso al empleo –cuando han regresado- ha sido brutal, y los ha dejado con ahorros diezmados, crecientes deudas, viviendas perdidas a manos de entidades crediticias y, en algunos casos, largas búsquedas que los despojaron de su posesión más valiosa: la autoestima. Muchos de quienes encontraron empleo ahora ganan menos y tienen menores beneficios.
Eso ha contribuido a impulsar el insólito auge de Donald Trump y el fuerte desafío de Bernie Sanders a Hillary Clinton. Miles aplauden en los actos cuando el favorito republicano asegura que pondrá a la gente a trabajar nuevamente y el contendiente demócrata condena la desigualdad del ingreso.
La historia de Swenson
Swenson, partidaria de Sanders, se limita a tratar de sobrevivir. Bloomberg News le preguntó cómo le va ahora. Esta es su historia.
Swenson busca un empleo de tiempo completo desde el otoño (boreal) pasado. Retirada de la Fuerza Aérea, hizo cursos en una universidad de dos años pero no se graduó. Había trabajado en la Agencia de Protección Medioambiental –EPA por la sigla en inglés-, como operadora de una hotline y administradora de un centro para mujeres con necesidad de atención psicológica.
“Me encantaba”, dice sobre los nueve años que trabajó en el centro. Ayudaba a la gente, algo que le resulta apasionante.
En 2009 presentó su renuncia luego de un cambio de autoridades, una decisión que lamenta. El momento no pudo ser menos oportuno: el desempleo en el caso de personas con estudios secundarios completos pero sin título universitario llegó al 11% ese año, nivel en el cual permaneció durante buena parte de 2010.
Swenson pasó a trabajar como cajera en una concesionaria de autos, pero ésta cerró tres meses más tarde y se quedó sin trabajo desde 2010 hasta 2012. Cobró subsidio por desempleo y alquiló espacio en su casa para poder pagar la hipoteca. También recibió pagos del seguro de vida de su esposo.
Hay fotografías de ambos en el comedor y en la cocina, donde él murió de un ataque al corazón en 1994.
“Warren”, dice, un nombre que pronuncia con amor. “Éramos una pareja interracial”. Swenson es negra y su esposo era blanco.
Swenson se incorporó a un grupo de apoyo de la Iglesia Presbiteriana de Vienna, y luego de hacer trabajo voluntario durante un tiempo obtuvo dos empleos de media jornada en la iglesia, con lo que cubrió la mayor parte de sus cuentas. La iglesia también la ayudó con dos pagos de su hipoteca.
‘Creo en los milagros’
Pero las iglesias, que constituyen una red de seguridad no gubernamental para millones de personas, también tienen problemas económicos. En agosto, uno de sus puestos se fusionó con otro, con lo cual se redujeron sus horas de trabajo. Se sintió “muy sorprendida y herida”, por más que dice que la iglesia presbiteriana sigue ayudándola.
Quedó inmersa en una categoría laboral que las estadísticas laborales definen como personas que trabajan media jornada pero que quieren un trabajo de tiempo completo. La cantidad se ha estancado en alrededor de 6 millones luego de declinar desde 9 millones en junio de 2009. Promediaba los 4,4 millones de personas en 2007, antes de la recesión.
Los empleadores ahora quieren cosas diferentes, señala Swenson. Antes, cuando decía que había estado en la Fuerza Aérea siempre obtenía el empleo que buscaba, dice. “Ahora la gente contesta: ‘¿y qué?’”
Tuvo entrevistas en otra iglesia, que contrató a otra persona, y en una peluquería que nunca volvió a llamarla. Sus demás búsquedas no obtuvieron respuesta.
“Hay días en que pienso que no resisto más”, dice Swensen. Pero “creo en los milagros. En mi vida hubo milagros”.