Bloomberg.- Cumplir 15 años es algo importante en Latinoamérica, representa el momento en que las chicas alcanzan la madurez y comúnmente se celebra con una extravagante algarabía.
Imagine el desencanto de Pekín, el nuevo mejor amigo de Latinoamérica, cuando la región recibió el aniversario número 15 del ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) con un notorio silencio y un incómodo encogimiento de hombros en vez de una gala quinceañera.
Este es el problema: en 2001, China se unió a la OMC con la idea de que en los próximos 15 años se esforzaría por respetar las normas del libre comercio a través de una reducción de las barreras comerciales, la liberación de su divisa y la fijación de los precios de sus exportaciones según la oferta y la demanda.
A cambio, los estados miembros implícitamente aceptarían reconocer a China como una floreciente economía de mercado, una mejora crucial para el segundo país más rico del mundo. Dicho periodo de prueba terminó el 11 de diciembre.
Ahora Latinoamérica se enfrenta a una especie de aprieto diplomático: China es el mayor socio comercial de muchos países latinoamericanos y uno de los máximos inversores de la región.
A su vez, es un fuerte competidor cuya monstruosa capacidad de exportación ha derribado a las firmas latinoamericanas ineficientes. El conceder la condición de economía de mercado a China, en muchos aspectos, hará que las economías latinoamericanas sean más vulnerables a tales presiones.
De no hacerlo se corre el riesgo de perjudicar una relación que impulsó el crecimiento de la región, que el Banco Mundial estima que crecerá a duras penas un insignificante 1.8% el próximo año.
Puesto que el desaire que se hace a una supereconomía es presagio seguro de problemas, lo que sucederá ahora es poco claro. Es un juego dinámico en todo el escenario mundial.
Pekín presiona con su reclamo de reconocimiento total y la semana pasada se quejó de que Estados Unidos y los países europeos estaban desacreditando su condición al evadir las normas de la organización con sede en Ginebra.
Los llamamientos al proteccionismo están en aumento en toda Europa y el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, aún tiene que revertir su bravuconería de campaña que señalaba a China como un manipulador de divisas, con lo que avivó los temores de una guerra comercial mundial.
Esto podría causar problemas en un momento de agitación global y tambaleantes compromisos comerciales, especialmente para Centroamérica y Sudamérica. Lo que complica aún más la situación es una capciosa letra chica en el acuerdo de adhesión de 2China”:http://gestion.pe/noticias-de-china-212?href=nota_tag.
El rompecabezas legalista es, a grandes rasgos, el siguiente: al unirse a la OMC, los estados miembros generalmente se firman un acuerdo de caballeros de no bombardearse entre sí con denuncias antidumping, con el argumento de que las verdaderas economías de mercado se atienen a las normas.
Sin embargo, el caso de China fue diferente: su economía, en parte de mercado y en parte dirigida, sumada a sus costos de fabricación siempre han sido un misterio.
La OMC reconoció este hecho al permitir que los países miembros calcularan el precio justo de las exportaciones de China en base a los precios de un tercer país (digamos, India).
El resquicio legal, inserto en un inciso del acuerdo de adhesión, esencialmente impuso a China la carga de proporcionar pruebas de que comerciaba de manera leal.
Pero ya no. A partir del 11 de diciembre, cada estado miembro debe decidir por sí solo si China se comporta como una economía de mercado. Quienes lo hacen pero a la vez reclaman que China está quebrantando las normas de la OMC ahora deben desentrañar cuáles son los costos de fabricación de China, tarea irritante en una tierra donde el Estado también actúa como máximo ejecutivo de las empresas.
Entonces, ¿qué hará Latinoamérica? Este no es un detalle trivial. Latinoamérica y China se han acercado cada vez más durante las dos últimas décadas, y Pekín ha explicitado sus avances en dos importantes declaraciones políticas, una en el 2008 y una vez más el mes pasado.
El comercio total entre China y la región se multiplicó por 24 entre el 2000 y el 2013. No obstante, esto ha tenido un costo para Latinoamérica en tanto los bienes de consumo chinos han perjudicado a industrias locales menos competitivas.
Los críticos sostienen que esta situación ha acelerado la desindustrialización en Brasil, México y especialmente Argentina, que ha visto un “sorprendente incremento” en el porcentaje chino de la producción nacional, según un estudio del Consejo del Atlántico.
Al mismo tiempo, la demanda de China de minerales y granos hizo que Latinoamérica se volviera aún más dependiente de las exportaciones de materias primas, lo que representa un retroceso a los tiempos coloniales.
“Es difícil competir con el capitalismo de Estado del coloso chino”, dijo Manuel Molano del Instituto Mexicano para la Competitividad y coautor del informe del Consejo del Atlántico. “Cada presidente de la región se ha sentido disminuido ante el poder imperial chino”.
Las manos de Latinoamérica no están completamente atadas. Varios gobiernos regionales (Chile, Costa Rica, Perú) reconocieron tácitamente a China como una economía de mercado al suscribir acuerdos de libre comercio bilaterales durante la década pasada y eso aún no los ha llevado a la sumisión.
Veamos el caso de Brasil y Argentina, cuyos diplomáticos aceptaron el estatus de mercado de China en 2004: del 2001 al 2013, Brasil presentó 55 acciones antidumping contra China, mientras que Argentina presentó 58.
Si tales litigios indican que los gobiernos latinoamericanos podrían lamentar el prematuro acto de fe es otra cuestión, señaló Margaret Myers, directora del Diálogo Interamericano que sigue los movimientos de China en la región. “Da la sensación de que muchos países consideran que no han conseguido mucho a cambio del acuerdo”, me dijo Myers.
Otros países, como México, Panamá y Paraguay, cuya suerte se entrelaza de manera más estrecha con la economía de Estados Unidos o compiten directamente con China, han sido más reticentes.
“Brasil y Argentina estarían en una posición más firme, pero estoy muy preocupado por otros países con instituciones menos sólidas”, señaló Peter Schechter, director del Consejo del Atlántico.
“No se trata solo de que los sectores locales se debiliten, sino que también lo hacen los empleos locales, y eso podría provocar una desindustrialización”, agregó.
Argentina por sí sola ha presentado reclamos a Ginebra 11 veces este año contra un presunto dumping chino, el último el 7 de diciembre. El hecho motivó una reprimenda de las autoridades de Pekín, quienes –en lo que podría ser un adelanto de las tensiones venideras– advirtieron a los argentinos que debían atenerse a las normas de la OMC para las disputas comerciales.
Obviamente gran parte de los peores problemas de Latinoamérica son autoprovocados. La decrépita infraestructura, las rígidas leyes laborales, la escasa inversión pública y la lamentable educación pública han conspirado para sofocar la productividad y la innovación.
“La culpa también recae en las autoridades que han hecho poco para hacer que sus economías sean más competitivas”, dijo Alberto Ramos, economista de Goldman Sachs.
Luiz Augusto de Castro Neves, ex embajador brasileño en China, no será quien cuestione este planteo. Los fabricantes latinoamericanos deberían seguir el ejemplo de Asia y “abrirse para integrarse a las cadenas de valor globales”, me dijo Castro Neves, quien preside el Consejo Empresarial Brasil-China.
“Tanto aquí como en Estados Unidos, gran parte de los reclamos más estrepitosos provienen de las industrias menos competitivas”, agregó.
En definitiva, los problemas económicos de Latinoamérica tienen menos que ver con el dragón que tiene ante sus puertas que con los diablos de su casa.