Minoristas de EE.UU. tienen motivo para odiar impuesto fronterizo de Trump

Ahora los estadounidenses pagan las prendas de vestir a aproximadamente el mismo precio que a principios de la década de 1990, cuando firmas minoristas como Nike Inc. y Wal-Mart Stores Inc. empezaron a fabricar desde calzado hasta pelotas de fútbol en gran escala en el exterior.

(Foto: Reuters).
(Foto: Reuters).

Bloomberg.- Los máximos responsables de firmas minoristas como J.C. Penney Co., Target Corp. y Best Buy Co. se trasladaron el miércoles a Washington para implorarle al presidente Donald Trump que no materialice las promesas de gravar los productos fabricados en el exterior que se venden en los Estados Unidos.

La presión de las compañías contra el llamado impuesto fronterizo (BAT, por su sigla en inglés) podría no bastar para disuadir a Trump, que basó buena parte de su campaña en devolver la manufactura a los Estados Unidos. Pero tal vez los consumidores estadounidenses lo logren.

Obviemos el hecho de que, en el caso de determinados artículos, como cierres o calzado deportivo, prácticamente todos son importados y los Estados Unidos en realidad no tienen la capacidad de manufactura ni el know-how necesario para fabricarlos.

Un BAT podría eliminar toda ganancia en el caso de algunas firmas minoristas de los Estados Unidos, mientras que otras podrían obtener mayores beneficios de otras modificaciones a la política tributaria y comercial.

El argumento en contra del BAT se reduce a algo más básico: en la práctica, los estadounidenses no pagarán precios más altos por comprar cosas para su familia por más que en el plano ideológico estén de acuerdo con la creación de empleos en el sector manufacturero y con el apoyo a los productos hechos en los Estados Unidos, y hay muy pocas dudas de que un BAT derivará en que las compañías estadounidenses aumentarán los precios al consumidor para poder seguir en actividad.

En teoría, un BAT podría incrementar el valor del dólar, lo que podría compensar esos aumentos de precios. Pero no se puede adivinar cómo van a reaccionar las monedas y otros mercados a un impuesto de frontera, advirtió el miércoles la presidenta de la Fed, Janet Yellen.

Todo aumento de precios podría tener un profundo impacto en el gasto de consumo, que representa más de las dos terceras partes del Producto Bruto Interno (PBI) de los Estados Unidos.

Basta con considerar que en la actualidad los estadounidenses pagan las prendas de vestir a aproximadamente el mismo precio que a principios de la década de 1990, cuando firmas minoristas como Nike Inc. y Wal-Mart Stores Inc. empezaron a fabricar desde calzado hasta pelotas de fútbol en gran escala en el exterior, según datos de la Oficina de Estadísticas Laborales.

En ese período, los precios de todos los productos y servicios que compran los consumidores estadounidenses –desde gasto en salud hasta peluquería- aumentaron 80%.

Estados Unidos es la economía más grande del mundo por PBI, pero ocupan el lugar 25 en el mundo en costo de vida, según un índice del Banco Mundial ajustado por monedas que sigue los precios de una canasta de productos y servicios en diferentes economías.

En términos específicos de precios de indumentaria, Estados Unidos se ubicaron en el 2011 en el lugar 50 entre 179 países, según los últimos datos disponibles del Banco Mundial.

No sólo es más barato comprar ropa en Estados Unidos que en la mayor parte de los países occidentales desarrollados (Canadá, Noruega, Australia, Japón, Alemania, etc.), sino que también es más barato comprar un par de pantalones o un suéter en Estados Unidos que en países como Haití o Eslovenia, según el Banco Mundial.

Las cifras no son muy recientes, pero firmas minoristas y economistas dicen que la tendencia persiste.

Al tercerizar el 99% de la producción de calzado y la gran mayoría de su manufactura de ropa en países como Bangladesh y Vietnam, donde la mano de obra y otros costos son baratos, Estados Unidos ha podido deprimir de manera artificial los precios de la indumentaria.

Por su parte, los consumidores estadounidenses –así como los turistas, que visitan en masa Estados Unidos para hacer compras- se han hecho adictos a los precios bajos.

La crisis financiera del 2008, el embate de la moda rápida y barata, la proliferación de centros de descuento y firmas minoristas de precios bajos como T.J. Maxx, así como la transparencia de los precios que impulsan minoristas de comercio electrónico como Amazon, no hicieron más que profundizar esa adicción.

Todos vimos lo que le pasó a J.C. Penney cuanto trató de retirar los descuentos a los consumidores: los clientes se fueron y la compañía perdió el 24% de sus ingresos en un solo año.

Mientras tanto, Coach Inc. y Michael Kors Holdings Ltd. han tratado en vano de conseguir que los consumidores paguen más por billeteras y bolsos luego de años de fuertes descuentos.

Todo impuesto a los productos importados tendría el mismo efecto.

A las firmas minoristas ya les cuesta atraer compradores, lo que ha causado el cierre de centenares de comercios y múltiples quiebras en los últimos años. Un impuesto fronterizo no haría más que acelerar ese proceso. Los estadounidenses votarán con su billetera contra ese impuesto.

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