(Bloomberg View).- Por algún tiempo, el endurecimiento de la política monetaria de la Reserva Federal de los Estados Unidos fue considerado la mayor amenaza económica externa para los países emergentes, en especial a por esos mismos países.
A juzgar por conversaciones con funcionarios de esos países, así como con actores del sector privado, podría no seguir siendo así. Otra preocupación –el discurso de oposición a la globalización y al comercio en la campaña electoral estadounidense- ha desplazado a la Fed al segundo lugar del ranking de temores, por buenas y malas razones.
La Fed, el banco central más poderoso del mundo, tiene una enorme influencia en los flujos transnacionales de capital, las paridades cambiarias, las tasas de interés y la sed de riesgo de los inversores. También tiene influencia en la interacción entre las condiciones financieras y los movimientos de las tasas de interés y las paridades cambiarias, en especial en economías emergentes que no tienen una tradición de instituciones fuertes, una firme base de inversores y suficiente capacidad de responder con políticas. En el caso de países con ciertas rigideces, tales como grandes desequilibrios entre moneda y deuda, y/o mecanismos no realistas de fijación del tipo de cambio, las consecuencias pueden ser graves.
Luego de un inusual período prolongado de política monetaria ultralaxa, la Fed se ha embarcado en un cuidadoso proceso de normalización gradual de la política monetaria. El primer indicio de esa transición –la mención por parte del ex presidente de la Fed Ben Bernanke de la posibilidad de una “reducción gradual” el 22 de mayo de 2013- causó gran revuelo en el mercado financiero. Se fueron capitales del mundo emergente, lo que contribuyó a una depreciación monetaria desordenada y a aumento de los spreads de riesgo crediticio.
Si bien cierta calma sobrevino cuando la Fed hizo progresos en la comunicación y llevó a cabo con gran habilidad un cambio de política de una prudencia excepcional –lo que llamo “el endurecimiento más relajado de la política” de toda su historia, que comprendió la eliminación de las compras de activos y un primer aumento de la tasa de interés en diciembre, el primero en casi 10 años-, una completa normalización dista de haberse instrumentado.
En las últimas dos semanas, funcionarios de la Fed han indicado una mayor probabilidad de un incremento de tasas en el verano (boreal), lo que significa que la amenaza planteada a las economías emergentes por el endurecimiento de las condiciones monetarias estadounidenses es real e inminente. Su impacto, sin embargo, se ha reducido por tres motivos.
En primer lugar, la Fed ha demostrado con palabras y con actos que la situación internacional forma parte más que nunca de su toma de decisiones. Si bien la principal razón del cambio se relaciona con los Estados Unidos –vale decir, la amenaza de derrames desfavorables en una economía local que aún no alcanza a despegar-, el resultado para el resto del mundo es una política monetaria de la Fed que da más respuesta a la situación económica internacional.
En segundo término, las autoridades de las economías emergentes ya han tenido algunas experiencias de trastornos de origen externo, y algunas han mejorado en lo que respecta a superar esos acontecimientos. Al mismo tiempo, un importante segmento de los tenedores más débiles y menos informados de activos de mercados emergentes parece haber despertado. El resultado es que un contagio producto de la Fed se hace menos traumático y más diferenciado.
En tercer lugar, hay pocas probabilidades de que el endurecimiento de la política de la Fed esté acompañado de medidas similares de otros bancos centrales con influencia sistémica, como el Banco de Japón, el Banco Central Europeo o el Banco Popular de China. En todo caso, es probable que los tres relajen su política mediante inyecciones de liquidez en los próximos meses.
Si bien la probabilidad de un endurecimiento de la Fed es alta, el mundo emergente sabe que el banco central de los Estados Unidos no está en piloto automático, que tiende a estar muy atento a los acontecimientos internacionales y que parte de la modificación de las condiciones financieras ya se ha producido.
La preocupación respecto del impacto de la Fed, sin embargo, ha quedado reemplazada por otro temor: En el mundo emergente, muchos han quedado asombrados ante el repentino incremento de la retórica política estadounidense contra el comercio, la inmigración y la inversión extranjera directa. Eso es evidente no sólo en las primarias de una inusual vehemencia que preceden a la elección presidencial de noviembre –en las cuales los principales candidatos han adoptado, con moderación o entusiasmo, posiciones contrarias a la globalización-, sino también en las menores perspectivas de que se lleven a término los acuerdos comerciales que negoció el gobierno de Obama.
La amenaza resultante para los países emergentes iría mucho más allá de una declinación del comercio internacional que los afectaría de dos maneras: la contracción de los mercados internacionales para los productos y servicios que exportan y que les generan ingresos y la reducción del precio de sus exportaciones. Existe también el peligro de que una reducción del comercio elimine un anclaje importante para su administración económica interna.
A los países emergentes con vínculos diversificados y acuerdos comerciales con los Estados Unidos por lo general les ha ido mejor. Eso es válido no sólo para países grandes como México, sino sobre todo para los más chicos, lo cual es entendible. Esos anclajes externos suelen servir como elementos protectores de la política económica. El ahondamiento de la posición antiglobalización en los Estados Unidos significa perspectivas más limitadas para los vínculos actuales y futuros, y es particularmente preocupante para los países que aún no han cerrado acuerdos comerciales preferenciales.
Si bien las economías emergentes tienen razón en preocuparse menos respecto de la Fed, la costa dista de estar despejada en lo relativo a otras influencias externas adversas. Deben seguir navegando un contexto global de extremada fluidez que durante un tiempo ha carecido de la fuerza estabilizadora de bases sólidas en el mundo desarrollado. Ahora también deben enfrentar la perspectiva preocupante de un contexto comercial internacional mucho más complejo y, posiblemente, menos amistoso.