Perder un primer ministro podría ser considerado un infortunio, pero perder seis en menos de cuatro años en el poder, como le ha pasado al presidente peruano Ollanta Humala, tiene que ser visto como un descuido.
La pérdida del sexto premier, Ana Jara, quien fue censurada por el Congreso el 30 de marzo con 72 votos a favor y 42 en contra, fue de lejos la más dolorosa.
Los anteriores primeros ministros de Humala renunciaron o fueron removidos de sus cargos. Jara fue el primer(a) premier en ser censurado por el Congreso desde 1963. Ella fue considerada responsable de un escándalo en el que se acusa a la agencia nacional de inteligencia de espiar a opositores políticos y reunir información sobre inmuebles de propiedad de más de un centenar de destacados peruanos.
Jara fue en muchas maneras más víctima que responsable. En ocho meses en el cargo, ella mostró destreza. Si bien los espías le informan formalmente a ella, no es ningún secreto que Humala, un exoficial del ejército, dotó a la agencia con sus amigos del ejército.
Es una peculiaridad al estilo francés de la Constitución del Perú de que el presidente elegido directamente nombre un primer ministro que rinda cuentas ante el Congreso. El sistema funciona sin problemas cuando el gobierno tiene un programa claro y una mayoría legislativa. Pero Humala es propenso a zigzags. Su influencia sobre el Congreso nunca fue más que tenue y ahora que ha desaparecido.
La partida de Jara podría precipitar una pequeña crisis constitucional. Si el candidato de Humala para reemplazarla es rechazado, él puede disolver el Congreso, dando lugar a una elección legislativa.
Pero con las elecciones presidenciales y parlamentarias programadas para abril del 2016, esto expondría al Perú a una innecesaria agitación. Sería conveniente que Humala nombre a una figura conciliadora como primer ministro. Y después de haber expuesto su opinión, la oposición haría bien en no presionar demasiado.
La censura de Jara subraya el aislamiento de Humala. Acostumbrado a un comando jerárquico en el ejército, él admite que ha visto a la presidencia como “un reto”. Ha sido testigo de una delincuencia en aumento y una economía que se desacelera después de una docena de años de rápido crecimiento.
Algo más alentador es que la inversión en infraestructura ha aumentado y algunos de sus políticas sociales han sido enriquecidas. El índice de aprobación de Humala de 25% es respetable en un país donde pocos políticos son queridos. Él dice que su prioridad para el resto de su mandato es la inclusión social.
Aun suponiendo que el Congreso apruebe al reemplazo de Jara, el riesgo para el Perú es que la política sin rumbo hará que la inversión disminuya hasta después de las elecciones. Varios grandes proyectos mineros ya están en suspenso, en algunos casos debido a la caída de los precios mundiales, en otros a causa de la incapacidad del gobierno para resolver los conflictos sociales.
Mucho depende de quién sea elegido para sustituir a Humala, que no puede postular de nuevo el próximo año. Las encuestas muestran como favorita a Keiko Fujimori, hija del desacreditado autócrata del Perú de la década de 1990. Ella tiene instintos políticos más perspicaces que el presidente, pero aún queda mucho que demostrar.