Las empresas globales figuran entre las muchas cosas que desagradan a Donald Trump, quien las ha criticado por desencadenar una “carnicería” sobre los estadounidenses comunes al trasladar fábricas y empleos al exterior. Su respuesta es domesticarlas —reducir impuestos corporativos, aumentar aranceles y renegociar acuerdos comerciales —. Para evitarse un trato punitivo, la semana pasada les dijo a los CEO estadounidenses: “Todo lo que tienen que hacer es quedarse acá”.
Pero las multinacionales, que fueron los agentes de la integración global, ya estaban en retirada antes de las revueltas populistas del 2016. Su desempeño financiero ya no supera el de las empresas locales, y muchas parecen haber agotado su capacidad para recortar costos y adelantarse a las innovaciones de sus competidoras locales. Así, los ataques de Trump están dirigidos a compañías vulnerables que, en muchos casos, ya están retornando a Estados Unidos.
El impacto sobre el comercio global será profundo. Las multinacionales (compañías que realizan la mayor parte de sus negocios fuera de su región de origen) emplean a uno de cada 50 trabajadores en el mundo, influencian lo que miles de millones de personas ven, usan y comen, son referentes de gestión y coordinan las cadenas de suministro que representan más del 50% de todo el comercio.
Además, totalizan un tercio del valor bursátil mundial y poseen la mayor parte de la propiedad intelectual —desde diseños de lencería hasta software de realidad virtual y medicinas de todo tipo —. Su era dorada fue a principios de los 90, gracias a la apertura de China y del antiguo bloque soviético, y la integración europea.
A los inversionistas les gustó su enfoque en las economías de escala y la eficiencia, los gobiernos del mundo avanzado soñaban que sus campeonas se convirtieran en líderes globales y los del mundo emergente recibieron con beneplácito los empleos, exportaciones y tecnologías que las multinacionales les trajeron.
Pero un aspecto central de ese auge —que estas compañías son máquinas de hacer dinero —, ya no existe. En los últimos cinco años, sus ganancias han caído 25% y su rendimiento de capital es el más bajo de las últimas dos décadas. La apreciación del dólar y la reducción del precio del petróleo explican parte del declive. Solo las superestrellas de la tecnología y las de consumo masivo con marcas fuertes continúan prosperando.
Alrededor del 40% de multinacionales tiene un ROE inferior a 10%, que es una referencia de bajo desempeño. En la mayoría de rubros están creciendo más lentamente y son menos rentables que las empresas locales, de modo que para muchas multinacionales manufactureras, financieras, de recursos naturales, de medios y de telecomunicaciones, el alcance global se ha convertido en una carga.
Esto se debe a que las ventajas que estas compañías poseyeron durante 30 años están acabándose: los impuestos que pagan en el exterior ya no pueden reducirse más, los salarios en países como China están aumentando y las empresas locales son más sofisticadas y pueden hurtar, copiar o desplazar las innovaciones de las globales sin tener que invertir en costosas fábricas y oficinas.
El cambio del escenario político está empeorando la situación. Trump es la más reciente y más estridente manifestación de una tendencia mundial que busca más del valor que capturan las multinacionales. Por ejemplo, China quiere que estas compañías también instalen allá sus actividades como investigación y desarrollo. El año pasado, Europa y Estados Unidos batallaron por quedarse con los US$ 13,000 millones en impuestos que Apple y Pfizer pagan anualmente.
El arribo de Trump acelerará un cruento proceso de reestructuración. Es que muchas compañías son demasiado grandes y tendrán que encoger sus imperios. Otra estrategia es volverse “intangibles” y vender derechos de marca, aunque también serán vulnerables al populismo porque esta suerte de multinacionales virtuales crea menos empleos directos, paga pocos impuestos y no está protegida por las reglas comerciales diseñadas para bienes físicos.
Esta retirada de las multinacionales otorgará a los políticos una sensación de mayor control; pero no todos los países podrán obtener parte de lo que estas empresas producen, pagan en impuestos o generan empleos en el exterior. Aparte, una reversión de la forma de negocio dominante en los últimos 20 años podría ser caótica. Muchos países con déficits comerciales (como Reino Unido), dependen de los flujos de capital que las multinacionales generan, de modo que si sus ganancias siguen disminuyendo, el valor de los mercados bursátiles probablemente caerá.
¿Y los consumidores y votantes? Pues ellos tocan pantallas, usan ropa y se mantienen sanos con productos de las empresas que detestan por inmorales, explotadoras y distantes. Es que la era dorada de las multinacionales también lo fue para los consumidores.
Además, la retirada de las multinacionales no podrá reponer todos los empleos que gente como Trump promete, provocará el aumento de precios, disminuirá la competencia y ralentizará la innovación. Con el tiempo, millones de pequeñas empresas podrían reemplazar a las gigantes como transmisoras de ideas y capital, pero como su peso es ligero, la gente recordará con pesar la época en que las empresas globales dominaban los negocios.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
_© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2017_