Augusto Baertl Montori tiene en su casa en Miraflores su despacho, el que ahora aprovecha al máximo, más que su propia oficina. Dice que ha logrado convencer a sus clientes y amigos que lo visiten.
Quizá esto le permite mostrar la vitrina donde atesora piezas de minerales, premios y reconocimientos que en su larga carrera ha recibido. Es como una biografía en una vitrina.
En ese mismo espacio hay un artículo que atesora con mayor cariño. Es una lámpara de carburo que usó su padre, Ernesto Álvaro Baertl Schutz, en 1917.
La pieza tiene el nombre y el año grabado. Es la más antigua del estante. Hay también una medalla del club Unión Minas de Cerro de Pasco. “Mi padre vivió más de 20 años allí y fue alcalde. Incluso, también participó en la fundación del club”, detalla con entusiasmo.
El padre de Baertl nació en 1892, y es un personaje crucial en su vida y en su carrera. En 1915, egresó de la Escuela de Ingenieros, ubicada en la calle Espíritu Santo, en el centro de Lima. Hoy ese instituto es la UNI.
Su primer trabajo lo obligó a recorrer – a caballo – el sur del país en una institución estatal que hacía las veces de lo que es Ingemmet. Después de un año, se fue a laborar a la mina de San Genaro, en Castrovirreyna (Huancavelica). “Allí empezó a usar su lámpara”, añade, divertido.
Llegar a San Genaro le tomaba cuatro días. “Era una vida de sacrificio, había que hacer un día en tren de Lima a Huancayo y tres a caballo hasta San Genaro, a más de 4,000 metros de altura”. Allí su padre trabajó cuatro años, luego regresó a Lima para casarse.
A Cerro de Pasco llegó inmediatamente después y se quedó por más de 20 años. “Mi madre con mis hermanos mayores fueron a vivir allí”.
Augusto Baertl tiene otros cuatro hermanos (aunque dos ya fallecieron) y tres hermanas. Él es el menor de todos. “Yo nací cuando mi padre ya se había retirado de Colquijirca”, una operación minera que hoy subsiste bajo la administración de la compañía El Brocal. Eran tiempos en que su padre entraba a una mina con corbata y sombrero.
En nombre del padre
Baertl habla con pasión de su padre. Incluso, en su oficina, hay un retrato de este, como también un conjunto de fotografías de su familia. Hay una suerte de cronología gráfica que se extiende por diversos espacios.
En la década del 40, la mina San Genaro pasa a propiedad de Castrovirreyna Compañía Minera. En 1942, Baertl Schutz asume la subgerencia hasta que fallece en 1970. Dicha empresa es lo que hoy conocemos como Volcan.
Junto con un grupo de socios fundaron una pequeña compañía que tenía la mina Cuyuma, entre Huánuco y Cerro de Pasco, pero quebraron.
Luego, con ese mismo grupo de amigos que intentaron fundar Cuyuma, insistieron en fundar una nueva empresa. En 1946, aparece Milpo.
¿La minería es también un sector donde el fracaso es parte de la historia?
En la minería, hay 25,000 fracasos en operaciones. De cada 100 descubrimientos uno termina siendo mina, y el resto es fracaso.
¿Por eso que la fase de exploración también es riesgosa?
Los descubrimientos son en realidad los lugares donde uno cree que hay una mina, pero probablemente no se halle el recurso. El riesgo es altísimo. Si fuera al revés, quiere decir que todos estamos perdiendo plata. La exploración implica solo caminar. En el pasado, la información original la tenía la población.
¿Cuánto era la participación que tenía su padre en Milpo?
Mi padre tuvo 12%, eran cinco socios, pero atrajeron a otros inversionistas. En ese tiempo, Milpo producía 50 toneladas por día, hoy Milpo, solo en El Porvenir produce 8,000 toneladas.
Tiempos claves
El apellido Baertl proviene del sur de Alemania. Juan Bautista Baertl fue el primero en llegar, en 1880. Vino al Perú “buscando la América”. Curtía cueros, no tenía ninguna relación con la minería. Pese a ello, su hijo decidió estudiar ingeniería minera.
Augusto Baertl Montori recorre la historia de la familia con nitidez. Otra vez mirar la vitrina lo ayuda a ubicar nombres de minas; años cruciales como 1950, cuando el gobierno de Odría dio la nueva Ley de Minería.
“El 12 de mayo de 1950 se promulga la nueva norma, que fue una revolución a favor y se promovieron las condiciones para desarrollar minería”, apunta.
¿Usted cómo llega a la minería?
En 1950, tenía 8 años y recuerdo cómo a mi padre lo invitaban a distintos proyectos no solo poniendo dinero, sino también su conocimiento. Yo lo empecé a acompañar, por tren, por caballo. Eso me generó una inquietud por la minería.
¿A usted le gustó la minería o la fama que tenía su padre en ese momento?
Siempre me gustó la minería, pero no puedo negar que mi padre era una personalidad muy fuerte que yo admiraba. Obviamente, como un hijo que tenía tal grado de admiración, lo quería emular como persona, pero no en el sentido de la trayectoria.
Era el menor, eso quizá apuntaló la relación con su padre…
He reflexionado mucho sobre eso. Yo nací cuando él tenía 51 años, era una persona con mayor paciencia, dedicación y tiempo. Ya buena cantidad de tiempo la pasaba en Lima. El contacto con nosotros era más constante.
¿Cuál fue su primer trabajo?
Desde el momento que empecé a estudiar no tuve vacaciones. Todos los veranos era irse a un campamento minero a estar dos o tres meses de practicante. Nunca ya con mi papá, iba enviado por la universidad. Mi trabajo fue en Arequipa en la mina Acari, al costado de Marcona. Hoy hay allí hay una enorme cantidad de mineros informales.
¿Cómo fue su paso en Milpo?
Empecé como jefe de sección, superintendente de mina, superintendente, subgerente, gerente de operación y llegué a gerente general en 1994. Trabajé más de 30 años.
Nuevos rumbos
En 1994, asumió la gerencia general de Milpo. Dos años más tarde, se fue. “Usted comprenderá que siendo una empresa que había formado mi padre, a la cual le dediqué 30 años de mi vida, en que logré ascender desde muy abajo, quién piensa en retirarse”, pregunta.
“La empresa había tenido a mi hermano mayor como gerente general. Cuando decidió dar un paso al costado y yo asumí la gerencia general, hubo cierta conflictividad que no permitía hacer un buen trabajo”, añade.
Baertl Montori no solo era gerente de la compañía, sino que además era director. Antes de dejar la gerencia propuso que todos los parientes que integraban la compañía dieran un paso al costado y se busque un profesional independiente.
“Mi familia, años más tarde, decidió vender su participación a Milpo”. “Mi única relación con Milpo hoy es de amistad”.
¿Y se fue con el cambio de estatutos para que un independiente asumiera la gerencia de Milpo?
Lo propuse, pero lo logré recién dos años después, como miembro del directorio.
¿Cuando se fue de Milpo qué hizo?
Dejé Milpo el 31 de enero de 1996. El 3 de enero de 1997 recibí una llamada y un señor canadiense a quien yo conocí me dijo: Augusto, me han informado que ya no estás en Milpo y me preguntó si iba a regresar. Le dije que no.
¿Qué le propuso?
Él era un ejecutivo de un grupo canadiense, Rio Alto, que había ganado la concesión de Antamina. Me propuso ser el gerente general.
¿Cómo lo conoció?
Trabajé durante tres años en el equipo de gobierno de Mario Vargas Llosa. En 1989, ya muchos estaban convencidos del triunfo de su candidato, muchos inversionistas ya veían que se avecinaban cambios en el Perú. Ahí Milpo había establecido contacto con muchas empresas y así conocí a los canadienses, que ya consideraban que el rol del Estado empresario iba a cambiar. Producto de todo esto tomamos contacto.
¿Cuánto tiempo trabajó en Antamina?
Trabajé seis años. Es una de las minas más grandes del mundo. Ha sido la mayor productora de cobre y zinc. Creo que va a seguir peleando por ser una de las más grandes (…). Llegué a través de una trocha, llegué para establecer el campamento. Fue la primera mina que empecé desde cero y la puse en operación.
Camino al andar: recuerdos y pasos
El minero se obsesiona. Camina y trata de entender a la tierra. Sospecha y cree que siempre está cerca de una veta. Baertl señala que hay una serie de indicadores que le hacen sospechar dónde puede esconderse el mineral.
“Cuando se abre la veta es la relación de ser de la minería”, reflexiona.
¿Extraña las minas, los campamentos?
Claro que sí. Antes un campamento era un tema muy familiar, se trabajaba de lunes a sábado, se tenían seis días libres cada tres meses. Había vida de familia, hoy no. Hoy los campamentos son de solteros. Ahora trabajan turnos de 12 horas diarias 14 días continuos y siete días libres. Yo tenía una semana libre cada tres meses.
¿Y ahora a qué se dedica?
A mediados de los noventa, decidí invertir en agricultura. La empresa es Agrícola Chapi. Estamos en Ica, Casma y Olmos. Cuando salí de Antamina, además formé mi empresa de consultoría y promoción de nuevos proyectos mineros.
¿Qué se necesita para ser un buen minero?
Todo lo que necesita un buen profesional: conocimiento, valores y compromiso. Toda profesión, además, tiene un sacrificio y esta tiene un alto grado. En mi caso, durante la época del terrorismo, tenía que dormir en una cama diferente cada noche, porque era carne de cañón.