The Economist: El lado oscuro de la moda

El creciente consumo de prendas de vestir tiene costos ambientales, y también financieros.

Foto: USI.
Foto: USI.

Se supone que el estilo dura para siempre, pero las prendas necesarias para exhibir una imagen eternamente chic pasan hoy menos tiempo que antes en las tiendas y en los closets. La producción global de ropa se duplicó entre el 2000 y el 2014, debido a que las operaciones de las empresas se volvieron más eficientes, sus ciclos de producción se acortaron y los fanáticos de la moda obtenían más por menos.

En el pasado, las marcas de “moda rápida” solían lanzar unas cuantas colecciones al año, pero ahora ofrecen muchas más, como la sueca H&M (16) y Zara, cuya propietaria es la española Inditex (más de 20).

Modelo tóxico
Sin embargo, vestirse para impresionar tiene un costo ambiental, así como un costo financiero. Desde los pesticidas que se aplican sobre los campos de algodón hasta el proceso de fabricación del denim, la elaboración de 1 kilo de tela genera, en promedio, 23 kilos de gases de efecto invernadero, según estima la consultora McKinsey.

Dado que los consumidores conservan casi todo tipo de ropa la mitad del tiempo que hace quince años, estas prendas se convierten rápidamente en desperdicios. Lo que más preocupa es que los compradores en los países en desarrollo, que todavía no gastan en indumentaria como sus pares del mundo avanzado, están adquiriendo ese hábito.

La mayoría de empresas de ropa sabe que, tarde o temprano, los consumidores tomarán más conciencia del impacto de la industria sobre el medio ambiente. En la década de 1990 y en años posteriores, surgieron críticas en torno a las condiciones laborales de las personas que confeccionaban prendas para empresas como Nike, Walmart y Primark, cuyas marcas fueron severamente dañadas. La industria no puede darse el lujo de volver a tener tan mala reputación.

Soluciones a la vista
Una forma obvia en que las empresas pueden responder a las inquietudes ambientales es usar energías renovables en sus instalaciones. Además, pueden recortar drásticamente su consumo de agua y químicos, e innovar en nuevos materiales y procesos de producción que reduzcan los requerimientos de insumos y energía.

Los avances en este sentido son mixtos. El año pasado, H&M fue el mayor comprador mundial bajo la iniciativa “Better Cotton” —algodón producido bajo un esquema de eliminación de pesticidas nocivos y fomento de una estricta gestión del agua—. Este tipo de algodón es cultivado en 24 países y representa alrededor del 12% de los 25 millones de toneladas producidas anualmente a nivel global.

Kirsten Brodde, activista de Greenpeace, indica que la compañía sueca ha eliminado el uso de químicos perfluorados y polifluorados (que se aplican a las prendas para hacerlas impermeables). En tanto, el método de tejido Flyknit de Nike —incluyendo zapatillas— reduce la generación de residuos en 60% en comparación con el tradicional cortado y cosido. Los productos de esta línea tienen gran aceptación: el pasado año fiscal sus ingresos superaron los US$ 1,000 millones.

Pero para muchas otras, la investigación y el desarrollo de nuevos materiales y métodos no son una prioridad; un gran número ni siquiera mide su impacto ambiental. Y el lanzamiento de “colecciones verdes” puede representar un riesgo para las marcas, señala Steven Swartz, de McKinsey. Es que es posible que quienes compren prendas ecológicas terminen considerando al resto símbolos de la destrucción planetaria.

Un puñado de marcas estimula el reciclaje, pidiéndoles a sus clientes que lleven su ropa usada a sus tiendas. El inconveniente es que casi todas las confecciones están hechas de mezclas de materiales —muy a menudo contienen poliéster—. Separarlos es difícil y los métodos mecánicos de reciclaje degradan las fibras y los métodos químicos son demasiado caros para ser viables.

El envío de ropa de segunda mano a países de escasos ingresos de África y Asia también es costoso. Incluso si los mercados domésticos fuesen lo suficientemente grandes para absorber esos volúmenes, la baja calidad de los atavíos confeccionados con mezclas de poliéster haría que sobrevivan poco tiempo.

A la vanguardia
Lo que podría funcionar es ropa más durable. El diseñador británico Tom Cridland crea vestuario masculino diseñado para perdurar por tres décadas, pues aplica costuras fuertes y un tratamiento especial que evita el encogimiento. Para este año, espera ingresos por US$ 1 millón pero admite que será complicado que su modelo de negocio se masifique.

Patagonia, fabricante de equipo de montañismo, envía furgonetas a las universidades para ayudar a los estudiantes a remendar sus casacas y pantalones. Luego de descubrir un material para wetsuits que, a diferencia del neopreno, no se elaboran con derivados del petróleo, Patagonia compartió su hallazgo con marcas de surf como Quiksilver.

Ese es el tipo de innovación que se necesita con urgencia. Puede que el estilo sea eterno, pero el actual modelo de producción de prendas de vestir no lo es.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez.

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