Bloomberg.- Los brasileños rara vez hacen las cosas en pequeña escala. Se jactan de tener la mayor economía de Latinoamérica, pero también tienen la peor recesión, un escándalo de corrupción que parece no tener fondo y un gobierno presuntamente tan acostumbrado a disimular el déficit fiscal que el jueves se suspendió a la presidenta Dilma Rousseff.
La mandataria enfrentará ahora un juicio político en el Senado, y son pocos los analistas que estiman que regresará. Pero los sabuesos de la corrupción de Brasil nunca duermen.
Es por eso que tal vez no sea una sorpresa que incluso mientras el vicepresidente Michel Temer se prepara para asumir, la investigación apodada “Lava autos” sobre una red de sobornos –que ya ha salpicado a buena parte del establishment político de Brasil y golpeado a la petrolera estatal Petrobras- amenaza ahora con llegar también a la principal entidad financiera estatal.
Investigadores federales detuvieron esta semana al ex ministro de Hacienda Guido Mantega para interrogarlo sobre presuntas actividades ilícitas en el Banco Nacional de Desarrollo Social, más conocido por su sigla BNDES.
Los investigadores trabajaban sobre acusaciones del magnate de la construcción Marcelo Odebrecht –que se encuentra en la cárcel- de que Mantega los había presionado a él y a otros contratistas para que hicieran donaciones de campaña a aliados políticos a cambio de préstamos subsidiados del banco de desarrollo.
Funcionarios gubernamentales hasta recurrían a la constructora durante reuniones de rutina para el financiamiento de candidatos favorables al gobierno, habría dicho Odebrecht a los fiscales.
Mantega rechazó las acusaciones. El presidente del BNDES, Luciano Coutinho, afirmó que el banco concedía sus codiciados préstamos con subsidios sólo según estrictos criterios técnicos y financieros.
Lo que está en juego excede lo crediticio. La nube que ensombrece el banco de desarrollo es una evidencia más de cómo ambiciones políticas desbocadas han llevado a las instituciones más respetadas del país a impulsar una agenda partidaria con dinero de los contribuyentes.
Corrupción sistémica
El daño es evidente en Petrobras, que pasó en diez años de gigante energético a ahuyentar inversores debido a una “corrupción sistémica”, en palabras del juez federal Sergio Moro, que interviene en el caso “Lava autos”. Ahora una de las prioridades del gobierno interino será restablecer la confianza también en la mayor entidad crediticia del país.
Con dinero fácil y políticas de crédito con frecuencia menos que transparentes, los bancos de desarrollo estatales son blancos tentadores para los partidos gobernantes y sus aliados.
Los bancos tienen por objeto estimular el crecimiento económico mediante la utilización de dinero estatal para el financiamiento de proyectos que de lo contrario no se concretarían.
Los montos son especialmente grandes en el BNDES, que en el 2010 distribuyó préstamos por US$ 101,000 millones, más de tres veces el total que otorgó el Banco Mundial y alrededor de un 20% más que el China Development Bank. El banco prestó el equivalente a unos US$ 33,000 millones el año pasado, cuando la economía estaba en recesión.
Cuando el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva lo describió en el 2012 como “el mayor banco de desarrollo del mundo”, no se trataba de una exageración.
Si bien el porcentaje de impagos del BNDES es mucho menor que el de los bancos privados, quienes lo critican sostienen que el banco con frecuencia favorecía a los “campeones nacionales”, compañías seleccionadas para promover a las empresas de Brasil tanto en el plano local como en el internacional.
En la práctica, el grueso fue a parar a grandes tomadores de crédito que recurrían a préstamos subsidiados cuando podrían haber obtenido dinero en el mercado de crédito privado.
El 60% de los préstamos del BNDES durante la gestión del presidente Lula (2003-2011) fue para clientes con ganancias anuales de US$ 130 millones o más, determinó el economista Sergio Lazzarini, profesor de la universidad Insper de Sao Paulo.
Subsidios caros
Mucho se ha escrito sobre cómo el dirigismo económico que impulsó el estado distorsionó la economía de Brasil.
Para financiar los préstamos subsidiados del banco, el gobierno se endeudó en los mercados a tasas mucho más altas, con lo que acrecentó la deuda pública. Eso, a su vez, contribuyó a que las tasas de los préstamos privados de Brasil fueran astronómicas.
Monica de Bolle, una investigadora del Instituto Peterson de Economía Internacional, estimó hace poco que los subsidios de los préstamos del BNDES le costarán a Brasil unos US$ 33,000 millones hasta el 2020.
Lo más nuevo, que puede resultar más problemático, consiste en las acusaciones de que el gobierno usó crédito subsidiado para impulsar una agenda partidaria.
Al cruzar los registros de finanzas de la campaña con los préstamos del BNDES, Lazzarini y sus colegas descubrieron que las compañías que contribuyeron a la elección de políticos entre el 2002 y 2009 recibieron un aliciente del BNDES: un promedio de US$ 28 millones en préstamos por cada candidato triunfante con el cual hubieran contribuido.
En cambio, las compañías que apoyaron a políticos que perdieron, vieron reducirse sus préstamos un promedio de US$ 24 millones.
Las sospechas crecieron durante el gobierno de Lula, que prestó profusamente por medio de las arcas del BNDES para la construcción de obras públicas en países aliados como Cuba y Angola, a menudo con condiciones secretas. La indignación ante esos acuerdos oscuros llevó al banco a abrir los libros en relación con las operaciones extranjeras.
Pero ni siquiera los críticos más acérrimos del banco habían previsto el toma y daca político del que ahora Odebrecht habla a los fiscales. “Nunca imaginé que el banco estatal usaba los préstamos para conseguir donaciones políticas”, me dijo Lazzarini.
El nuevo gobierno interino tiene muchas emergencias que abordar, pero resolver la situación del BNDES será imprescindible para revertir el deterioro de la credibilidad de Brasil.
Las reformas comprenderían modernizar el banco, restablecer su misión de entidad de crédito para proyectos de desarrollo clave, reducir la dilapidación en los subsidios a préstamos y otorgar préstamos sobre bases técnicas, no políticas.
Los bancos de desarrollo tienen que intervenir al principio, asumir los riesgos iniciales de un emprendimiento y luego transferir las operaciones al sector privado”, dijo de Bolle.
Por más improbable que pueda parecer, tal vez hacer las cosas en escala modesta podría ser lo mejor para el nuevo Brasil.