(Bloomberg).- Este histórico mes de noviembre se acerca su fin, y el mensaje de los mercados parece claro: por ahora, el pronóstico para la economía de los Estados Unidos parece haber mejorado, tanto en términos absolutos como en relación a otras economías avanzadas.
Muy pocos anticiparon estos acontecimientos, que reflejan la enorme fluidez que domina los mercados y la política y también apuntan a un fin gradual de la “nueva normalidad”. La situación podría derivar en dos escenarios distintos, dependiendo de cómo los políticos respondan en los próximos meses.
El fuerte repunte de la bolsa y del dólar, unido al aumento significativo de las rentabilidades de la deuda del Gobierno, muestra que los mercados se inclinan por la probabilidad de un mayor crecimiento y de un aumento de la inflación en Estados Unidos. Con ello, han diferenciado a Estados Unidos del resto de las economías avanzadas, muchas de las cuales se enfrentan a obstáculos significativos a su crecimiento, así como a incertidumbres institucionales.
En consecuencia, el rendimiento de la renta variable de Estados Unidos ha superado a las bolsas europeas. Al mismo tiempo, la expectativa de un fuerte incremento de los tipos de interés en Estados Unidos, que se tradujo en el peor mes para el mercado de bonos desde 2009, ha puesto fin a un prolongado rango de negociación para el diferencial entre las rentabilidades de los bonos del Tesoro estadounidense a 10 años y el bund alemán de vencimiento similar.
Esto ha sucedido tras dos acontecimientos importantes que parecían improbables hace solamente un mes: la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y, debido a sus declaraciones iniciales sobre la economía, la lectura que han hecho de ella los mercados como un acontecimiento que disminuye el riesgo. También ha contribuido el hecho de que las relaciones entre el presidente electo y el establishment republicano, que ahora tiene la mayoría en ambas cámaras del Congreso, parecen haberse distendido.
El primer acontecimiento muestra cómo las políticas de indignación favorecen a los movimientos anti-establishment y los empoderan para rechazar los supuestos políticos tradicionales y cuestionar la opinión de los expertos.
El segundo acontecimiento hace referencia al deseo de los mercados de un reequilibrio de las políticas a favor del crecimiento, que han dependido de los bancos centrales durante demasiado tiempo. Juntos, estos acontecimientos ilustran lo que ocurre a las economías democráticas evolucionadas que quedan atrapadas durante un período prolongado en un crecimiento bajo e insuficientemente inclusivo.
Lo que ha ocurrido en noviembre es síntoma de un fenómeno mucho mayor, que se está manifestando en un creciente número de economías avanzadas. La “nueva normalidad” -un crecimiento bajo pero estable acompañado de la capacidad y la voluntad de los bancos centrales para reprimir la volatilidad financiera- está siendo socavada gradualmente por múltiples factores políticos, financieros, sociales, económicos e institucionales, como he expuesto en mi libro “The Only Game in Town”, publicado recientemente.
Los ciudadanos frustrados instan al sistema político a introducir cambios. Y los políticos que responden manifestando su intención de implementar medidas a favor del crecimiento -como lo ha hecho el presidente electo Trump en los primeros días tras el triunfo electoral- serán recompensados, en primer lugar, con un sentimiento más optimista de los mercados financieros y, si a ello le sigue un plan racional y una implementación adecuada, con un mayor flujo de inversiones de las empresas en fábricas, equipamiento e individuos. Pero si el esfuerzo político falla, o no es lo suficientemente serio, o si no se materializa en absoluto, el sector privado probablemente se retraiga, aumentando el riesgo de que un bajo crecimiento acabe en una recesión, conforme una estabilidad financiera artificial dé lugar a una volatilidad perturbadora.
Las clases políticas a ambos lados del Atlántico deben escuchar los mensajes de este noviembre.
Esta columna no refleja necesariamente la opinión de la comisión editorial ni de Bloomberg LP y sus propietarios.