Todos los días escuchemos o leemos a personas (o nosotros mismos lo hacemos) presentando escenarios negativos y catastróficos respecto del futuro inmediato del país. Se trata de una visión profundamente pesimista que rápidamente se transforma en fatalista; porque pasa de una posición en principio crítica a una que en los hechos se torna conformista, porque apela como prerrequisito para la resolución de los problemas (nacionales pero también individuales) a una especie de abrupta epifanía y toma de conciencia (personal o de toda la ciudadanía).