Editorial: Respetos guardan respetos

“De nada servirán los cambios a la ley de partidos si la forma de hacer política no se modifica”.

DISCREPANCIAS. Desde hace algunos años, nos estamos acostumbrando a que el intercambio de ideas quede en segundo plano y que las discrepancias las “gane” el que más grita, el que más ataca o, peor aún, el que más insulta. Un mal que no solo se circunscribe al ámbito político, sino que se puede ver en la vida cotidiana y con mayores ejemplos a través de las redes sociales.

Esta falta de tolerancia se agudizó durante la campaña electoral, pero continúa hoy en día. Así, hemos visto —por citar solo algunos casos— al congresista Roberto Vieira llegar a adjetivos extremos en su disputa con el congresista Carlos Bruce o recientemente con argumentos incluso sexistas contra la segunda vicepresidenta Mercedes Aráoz (la disculpa del congresista ha sido que el tuit fue escrito por su jefe de prensa), actitud similar tuvo la congresista Cecilia Chacón cuando recibió en la Comisión de Presupuesto al ministro Jaime Saavedra, a quien llegó a decirle que parecía “la virgencita a la que hay que venir a rezarle”, o la congresista Alejandra Aramayo con el ministro Alfredo Thorne.

Está claro que una de las labores de los congresistas es la de fiscalizar al Poder Ejecutivo. Prueba de ello es la facultad que tienen para interpelar a los ministros e incluso censurarlos. Sin embargo, esta labor no implica que se les falte el respeto a dichas autoridades y tampoco deberían hacerlo entre pares. Cuando en lugar de argumentos utilizan adjetivos o comentarios sarcásticos, les quitan peso a sus opiniones o críticas y terminan banalizándolas.

No en vano el premier Fernando Zavala ha tenido que intervenir evidenciando su preocupación por que las discusiones no tienen el nivel que deberían cuando se está hablando de autoridades y ha pedido un diálogo franco pero alturado.
Son este tipo de actitudes las que generan el rechazo de la población hacia la clase política, que finalmente se trasluce en una falta de apoyo a los partidos ya constituidos y la búsqueda por nuevos líderes que den la idea de un cambio de comportamiento. De nada servirán los cambios a la ley de partidos si la forma de hacer política no se modifica.

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