SAO PAULO | De la edición impresa
Los asistentes a Lollapalooza, un gigantesco festival musical realizado en Sao Paulo a inicios de este mes, estaban listos para un bocadillo. A diferencia de los menús de años anteriores —hamburguesas recalentadas—, en esta ocasión había carne de cerdo deshilachada, costillas a la parrilla o choclo cocido, cortesía de BOS BBQ, un local de comida texana.
Pero lo más sorprendente era el ritmo al que los dos puestos de BOS, cada uno con seis operarios, atendían al público: durante dos días, sirvieron 12,000 porciones —más de una cada quince segundos—.Los otros stands necesitaron entre dos y tres minutos para atender a cada cliente, lo que provocó largas colas.
“Desde el momento que llegas a Brasil comienzas a perder tiempo”, se lamenta Blake Watkins, administrador de BOS, quien se mudó hace tres años tras vender su negocio de fast food en Nueva York. A fin de asegurarse que tendría al menos diez empleados temporales para Lollapalooza, contrató a 20 —en efecto, solo la mitad se presentó a trabajar—.
Lu Bonometti, que hace seis meses abrió una galletería en un elegante barrio paulista, encargó a cuatro empresas la colocación del letrero de su tienda pero ninguna cumplió. Pocas culturas ofrecen una mejor receta para disfrutar la vida, pero la noción del costo de oportunidad parece ausente en la mayoría de brasileños.
Ni el Mundial se salva
Colas, embotellamientos, plazos que no se respetan y otros retrasos han estado tan omnipresentes por tanto tiempo que “los brasileños están anestesiados”, sostiene Regis Bonelli de la Fundación Getulio Vargas, una escuela de negocios. Cuando el 12 de abril el jefe de la empresa estatal que está modernizando el aeropuerto de Belo Horizonte dijo que grandes partes del proyecto no estarán listas para el Mundial y que simplemente serían “cubiertas”, su comentario no recibió más que suspiros de resignación.
Salvo un breve salto en las décadas de 1960 y 1970, la productividad laboral en Brasil se ha contraído o estancado el último medio siglo, en contraste con la mayoría de las otras economías emergentes grandes. La productividad total, que mide la eficiencia con la cual el capital y el trabajo son utilizados, es menor que en 1960.
La productividad laboral representó el 40% del crecimiento del PBI entre 1990 y el 2012, muy inferior a China (91%) e India (67%), según la consultora McKinsey. El resto fue explicado por la expansión de la fuerza laboral como resultado de una demografía favorable, la formalización de la economía y el bajo desempleo, todo lo cual se reducirá a 1% anual en la próxima década, indica Bonelli. Si se pretende alcanzar un crecimiento superior a la tasa anual de alrededor de 2%, los brasileños necesitarán ser más productivos.
Deficiencias estructurales
Los economistas recitan motivos familiares para explicar este desempeño: Brasil solo invierte 2.2% de su PBI en infraestructura, muy por debajo del promedio de los países emergentes (5.1%). Además, de las 278,000 patentes otorgadas el año pasado en Estados Unidos, apenas 254 fueron para inventores de Brasil, que representa el 3% de la población y la producción mundiales.
El gasto brasileño en educación como porcentaje de su PBI se ha elevado hasta niveles de las economías desarrolladas, pero no así la calidad y sus alumnos se ubican entre los de peor rendimiento cuando rinden exámenes estandarizados. Watkins se queja de que sus parrilleros de 18 años tienen las habilidades de un estadounidense de 14.
Lo que es menos obvio es que muchas empresas brasileñas son improductivas porque están mal gestionadas. John van Reenen, investigador de la London School of Economics, halló que a pesar de que las mejores son tan bien manejadas como las primeras de Estados Unidos y Europa, Brasil posee un enorme número de empresas ineficientes —tal como ocurre en China e India—.
El trato tributario preferencial que se brinda a las empresas con facturación inferior a 3.6 millones de reales (US$ 1.6 millones) ha generado que muchas se formalicen, pero también desincentiva su crecimiento. Y a medida que los peces gordos en áreas como el retail ganan en eficiencia, necesitan menos trabajadores, quienes se ven obligados a buscar empleo en negocios menos productivos.
Estos peces pequeños tienden a contratar a parientes o amigos, en lugar de un desconocido mejor calificado, a fin de limitar el riesgo de robos o de ser enjuiciados por eludir las leyes, que son notoriamente favorables para el trabajador. La consecuencia es una ineficiencia todavía mayor.
El daño del proteccionismo
Pero en lugar de colapsar, las empresas débiles continúan rengueando gracias a las varias formas de protección estatal que las escudan contra la competencia. El proteccionismo también afecta la productividad de otras formas; por ejemplo, a través de los elevados aranceles para la importación de tecnología —los smartphones extranjeros pagan un impuesto acumulado de 80%—, lo que convierte en prohibitivos muchos equipos y aparatos que refuerzan la productividad, según José Scheinkman de la Universidad de Columbia. Así que en lugar de adquirir productos foráneos baratos y mejores, las empresas brasileñas tienen que pagar más de la cuenta por los fabricados localmente, que son de menor calidad.
Marcos Lisboa, investigador de la escuela de negocios brasileña Insper, cree que la evidencia histórica apunta hacia una solución. El periodo en que el crecimiento de la productividad se puso al día comenzó en la década de 1960, ocasionado por una ola de reformas económicas liberales tras años de una política industrial semiautárquica.
Un rebrote menor surgió a comienzos de la década pasada, también como consecuencia de medidas económicas liberales que fueron aplicadas una década previa para detener la hiperinflación. Pero sin importarles los resultados, tanto la dictadura militar de 1964-85 como el izquierdista Partido de los Trabajadores, que ha tenido la presidencia del país desde el 2003, retomaron el intervencionismo como política económica. El último viraje ha significado más burocracia, sobrerregulación y subsidios para los combustibles y la electricidad, todo lo cual ha erosionado la productividad.
Una luz de esperanza
No obstante, Lisboa destaca dos ejemplos positivos de años recientes. La agricultura fue desregulada en 1990 y se le permitió tener acceso a maquinaria, fertilizantes y pesticidas extranjeros. Unos años después, los servicios financieros tuvieron una amplia reforma institucional cuyo objetivo fue impulsar la oferta de créditos y reforzar los mercados de capitales.
Como las reformas no fueron revertidas, ambos sectores ganaron eficiencia a una tasa de 4% anual durante la siguiente década. Los productores brasileños de soya con hoy la envidia del mundo. Y Blake Watkins afirma que el sistema bancario del país funciona con mayor velocidad que el estadounidense.
La regulación siempre es difícil de flexibilizarse, admite Lisboa, pero si Brasil busca seguir creciendo más allá del 2020, cuando la población en edad de trabajar comience a disminuir como porcentaje del total de habitantes, tendrá que hacerle frente a su problema de productividad. Hasta que no lo consiga, corre el riesgo de caer en una modorra mucho más profunda.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez