Bloomberg.- Un creciente papel geopolítico tiene su precio en sangre, como se le recordó a Rusia el lunes cuando su embajador en Turquía, Andrei Karlov, fue acribillado en una galería de arte de Ankara.
Tal vez Rusia no habría pagado ese precio si se hubiera mantenido al margen del conflicto sirio pero, paradójicamente, ahora se ha sumado a Occidente en el pago de esa cuenta.
En el 2012, cuando Chris Stevens, el embajador estadounidense en Libia, fue asesinado en Benghazi, la propaganda rusa reprendió a Estados Unidos por intervenir en Medio Oriente.
“Fue a instancias de Washington que la OTAN intervino en el conflicto en Libia”, según la televisión estatal rusa. “Pero las advertencias de que tarde o temprano eso produciría un efecto boomerang quedaron eclipsadas por la propaganda acerca de una victoria de la democracia en países totalitarios”.
Tras el asesinato de Karlov, Rusia recibió vía Twitter un trago de su propia medicina por parte del ministro de Relaciones Exteriores ucraniano, Pavlo Klimkin, quien tuiteó: “1/2 Rusia ha sido responsable de las horrendas violaciones a los derechos humanos y el asesinato de miles de inocentes en Siria y Ucrania”. Después dijo en otro tuit que eso “no justifica” el asesinato del embajador.
Por más insensibles que sean esas afirmaciones, hay en ellas algo de verdad. Se asesina a embajadores porque representan a sus países, y no lo hacen de la misma forma abstracta que las víctimas inocentes de ataques como el del lunes por la noche en Berlín.
Los diplomáticos son vías para las políticas de sus países. Eso los convierte en blancos de quienes quieren proclamarse contra esas políticas.
Entre 1968 y 1979 fueron asesinados cinco embajadores estadounidenses, tres de ellos en Medio Oriente, uno en Chipre y otro en Guatemala; los dos últimos, países en los cuales se acusaba a Estados Unidos de intromisión.
Turquía tiene una larga lista de diplomáticos –entre ellos cuatro embajadores- asesinados entre 1973 y 1994 por organizaciones militantes como venganza por el genocidio de armenios hace 100 años, algo que Turquía sigue sin admitir.
En 1981, Francia perdió a su embajador en Beirut como venganza por el papel del país en la guerra civil libanesa. La lista continúa, e incluye a decenas de diplomáticos de menor rango.
Rusia ha tenido una suerte extraordinaria en ese sentido. En 1829, su embajador en Teherán, uno de los escritores más respetados de Rusia, Alexander Briboedov, fue asesinado en una protesta contra la enorme influencia de Rusia y lo que se consideraba la arrogancia del país luego de ganar una guerra contra Persia.
En un acto de contrición, el sha le envió al zar de Rusia un enorme diamante. Después de eso, los embajadores rusos sólo fueron asesinados por oficiales del Ejército Blanco ruso como represalia por la toma del poder por parte de los bolcheviques.
Vaclav Vorovski fue acribillado en Suiza en 1923 y Piotr Voikov corrió la misma suerte en Polonia en 1927. Durante el resto del siglo XX y más allá, los altos diplomáticos rusos se salvaron a pesar de las grandes ambiciones geopolíticas de la Unión Soviética.
Una explicación podría ser que los soviéticos se tomaban muy en serio la seguridad de sus diplomáticos, por lo que convertían las embajadas en fortalezas y rodeaban a los embajadores de un estrecho círculo de protección.
Otro motivo es que la Unión Soviética con frecuencia se alineaba con los mismos sectores violentos que asesinaban a diplomáticos occidentales.
Ahora, sin embargo, Rusia se encuentra en una posición nueva, a la que no está habituada. Aún no es parte de Occidente por lo que concierne a Occidente, pero es lo suficientemente occidental y profana para centenares de grupos de terroristas islámicos.
Algunos odian a Rusia tanto como a los Estados Unidos. Otros odian más a un país que al otro. El policía turco que disparó contra Karlov era, aparentemente, un firme partidario de los rebeldes a quienes el ejército sirio, con apoyo ruso, acaba de derrotar en Alepo.
Pero con facilidad podría imaginarse un ataque contra un embajador estadounidense por la falta de intervención de su país, lo que algunos consideran una traición, o por las ataques aéreos de Estados Unidos contra el Estado Islámico.
Si bien los países que representan a la civilización occidental laica no han logrado adoptar una posición común en Siria, todos son blancos para los terroristas, para quienes son tan indistinguibles como los diversos grupos de combatientes en Siria a los ojos de un observador occidental casual.
Los rusos podrían pensar que su país intervino en Siria para contrarrestar una influencia estadounidense hostil, pero para los islamistas se trata sólo de otro país cruzado.
Se puede culpar del asesinato de Karlov a la jactanciosa seguridad del presidente ruso Vladimir Putin, al impulso de los valores islamistas por parte del presidente turco Recep Tayyip Erdogan o a los astutos rivales de Erdogan que tratan de socavar la incipiente asociación de Turquía con Rusia en Siria.
Pueden examinarse las motivaciones del asesino específico y lamentar la falta de conciencia del embajador específico en lo relativo a la seguridad. Nada de eso, sin embargo, tiene demasiada importancia en el análisis.
En términos generales, las potencias “occidentales” que intervienen en la actualidad en Medio Oriente enfrentan los mismos peligros que en la década de 1970 y a principios de los años 80, cuando se asesinó a la mayor parte de los embajadores.
La región es un polvorín otra vez, sólo que en esta ocasión las guerras han desplazado a decenas de millones de personas. Muchas tienen motivos de queja en relación con las potencias intervinientes o pueden desarrollar rencor cuando los reclutadores de grupos terroristas destilan veneno en sus oídos. Es una guerra en la que cada representante del mundo secular es un blanco para alguien.
Tal vez sea por eso que no hay desavenencias visibles entre Rusia y Turquía. El martes, los ministros de Relaciones Exteriores de los dos países depositaron flores juntos en Moscú en memoria del embajador asesinado. Si el asesinato es un casus belli, debería serlo contra los islamistas radicalizados de todos los bandos del baño de sangre sirio.