(Bloomberg View).- Las noticias procedentes de Venezuela no podrían ser más desalentadoras. La inflación anual es la mayor del mundo. Hay tal escasez de alimentos que, desesperada, la población revuelve la basura en busca de restos o se entrega al saqueo. Pero no hay que decírselo a los diplomáticos del país, que están de suerte.
Venezuela ocupó el año pasado un puesto rotativo en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y hasta presidió el organismo mundial en febrero. A partir de julio, presidirá el bloque comercial sudamericano, el Mercosur. La semana pasada, además, los enviados del presidente Nicolás Maduro obtuvieron la bendición de negociadores de paz internacionales para mantener un “diálogo abierto e inclusivo” con la misma oposición política a cuyos líderes las fuerzas de seguridad reprimieron con gases lacrimógenos el martes en las calles de Caracas.
El llamado al diálogo constituyó una bofetada al régimen de Maduro, cuyo maltrato a los opositores ha generado la condena de figuras públicas del mundo entero. El venezolano, sin embargo, que enfrenta grandes protestas y un posible pedido de revocación, nunca cedió. Podría deberse a que tomó la iniciativa diplomática por lo que era; no una reprimenda sino apenas un consejo de vecinos sobre modales democráticos.
Se trata de una tradición en la diplomacia latinoamericana, donde el acuerdo de caballeros consiste en hablar con franqueza cuando se considera que los otros (vale decir, los Estados Unidos y sus amigos) interfieren en los asuntos soberanos de un país miembro pero mirar para otro lado cuando ese país viola los derechos humanos en su propio territorio. “La intervención es rechazada en América Latina, aun cuando nadie apoye a un gobernante desastroso”, me dijo Marcos Azambuja, un ex diplomático brasileño.
Esa reticencia ha dado a los gobernantes autoritarios no sólo luz verde con sus oponentes, sino un manto de complicidad regional en sus excesos. En ningún lugar ese pacto es más visible que en la Unión de Naciones Suramericanas, o Unasur, un espacio ultranacionalista que inspiró el extinto gobernante autoritario de Venezuela Hugo Chávez y que oficia como mediador en el diálogo venezolano.
“*Unasur* es el lugar donde Venezuela se siente cómoda”, dijo Jaime Aparicio, un ex embajador boliviano en los Estados Unidos. “Maduro no está interesado en el diálogo sino en ganar tiempo”.
Para Maduro, el tiempo es crucial. Una oposición envalentonada impulsa un referéndum para desalojarlo del poder por medio de un referéndum revocatorio que tiene que concretarse antes del 10 de enero para desencadenar nuevas elecciones. Pasada esa fecha, el poder sólo se transferiría a su vicepresidente, con lo cual se mantendría en pie el “chavismo” -el tipo de populismo autoritario que creó Chávez-, hasta finalizado el mandato en 2019. No es extraño, entonces, que los burócratas de Maduro hagan todo lo posible por dilatar las cosas.
De todos modos, la represión oficial en Venezuela –donde el gobierno ha encarcelado a quienes lo critican, silenciado a los medios independientes y asfixiado a la empresa privada- causa alarma en el exterior y pone a prueba la diplomacia de indulgencias de América Latina.
Luis Almagro, el secretario general de la Organización de Estados Americanos, ha sido uno de los pocos en romper filas con ese pacto de amigos. Desde que quedó al frente del cuerpo diplomático de más jerarquía de las Américas el año pasado, ha fustigado al autócrata venezolano y lo ha acusado de tratar de intimidar a los disidentes y burlar la constitución. “Traiciona a su pueblo y a su ideología con sus diatribas sin contenido”, le escribió Almagro en una carta abierta el 18 de mayo.
Almagro también instó a los miembros de la OEA a suspender a Venezuela de su grupo por violar la Carta Democrática Interamericana, acusación que explicó con lujo de detalles en un informe de 114 páginas. La carta democrática firmada en el 2001, compromete a 35 países de la región no sólo a respetar la democracia sino a actuar cuando la democracia esté en peligro. Nunca antes se la ha invocado contra un gobernante latinoamericano en ejercicio.
El resto de Latinoamérica no parece muy impresionado. La propuesta de Almagro de censurar a Venezuela exige el apoyo de los dos tercios de los países que integran la OEA, los mismos países que la semana pasada apoyaron el anodino llamamiento al diálogo.
Ni siquiera el presidente argentino, Mauricio Macri, que critica abiertamente el estilo antidemocrático de Venezuela, se hizo escuchar en esa instancia. Sin duda Macri tenía su propia agenda. Se dice que impulsa la candidatura de la ministra de Relaciones Exteriores argentina, Susana Malcorra, como próxima secretaria general de las Naciones Unidas, por lo cual trata de no perder posibles apoyos en América Latina.
La excepción fue Paraguay, el enemigo regional de Venezuela, que se abstuvo de respaldar el llamamiento al diálogo y de inmediato sintió la reacción: Caracas exigió a la compañía petrolera estatal paraguaya el reembolso en 10 días de un préstamo a largo plazo de US$ 287 millones.
No hay una conciliación en el horizonte. A pedido de Unasur, el ex primer ministro español José Luis Zapatero viajó hace poco a Caracas, aparentemente para convencer a los principales líderes opositores de Venezuela de moderar su posición y llegar a un acuerdo con Maduro. La condición era que tenían que suspender su intento de que se convocara a un referéndum de revocación. La oposición se negó.
El diálogo abierto e inclusivo de Venezuela tendrá un comienzo difícil.
Por Mac Margolis.