(Bloomberg).- Durante toda mi vida adulta he oído decir que la economía cubana florecerá cuando Fidel Castro se muera. Ese momento ha llegado y, por lo que parece, Cuba seguirá penando.
A primera vista, los motivos para el optimismo en relación con Cuba son evidentes. Son muchos los cubano-estadounidenses que han impresionado al mundo con su energía emprendedora y sus habilidades empresariales. Si todo ese talento pudiera operar en Cuba, cabría esperar resultados similares, así como China, que comenzó a equipararse a los chinos que residían en el exterior una vez que desmanteló las partes más ineficientes de su tipo de comunismo.
Una forma de abordar el destino económico de Cuba es considerar la región del Caribe en su conjunto. En su mayor parte, ha tenido resultados mediocres desde la crisis financiera de 2008. Los problemas económicos han afectado a Puerto Rico, Trinidad, Jamaica, Haití y Barbados, y solo Jamaica experimenta una verdadera recuperación.
Los problemas centrales de la región comprenden elevado endeudamiento, precios débiles de las materias primas, falta de economías de escala y una incapacidad para mejorar la capacidad turística de modo tal de poder competir con los Estados Unidos, México y otros países. Cuba no puede pagar los intereses de su deuda externa, y la pérdida de la mayor parte del respaldo de Venezuela ha significado un enorme problema fiscal.
Tal vez el país del Caribe más parecido a Cuba, en términos de historia, herencia y composición étnica, sea República Dominicana. En la actualidad, tiene un producto interno bruto nominal de algo más de US$6.000 per cápita, según qué fuente se prefiera. Dista mucho de ser el nivel más bajo de las economías en vías de desarrollo, pero sin duda tampoco es una estrella brillante. Por otra parte, Cuba tardará mucho tiempo en atraer un nivel comparable de inversión multinacional o en desarrollar su capacidad turística con un nivel comparable de sofisticación. En Cuba no se puede dar por sentado que la electricidad y el aire acondicionado funcionarán, sobre todo después de la gran declinación de la provisión de energía venezolana.
El pronóstico más optimista para Cuba es que, después de unas décadas de reorientación y esfuerzo, alcanzará el nivel de ingreso de República Dominicana.
El Banco Mundial calcula el PIB cubano en más de US$6.000 per cápita, pero se basa en una economía planificada y en una paridad cambiaria irreal. La verdad es que es probable que Cuba sea más rica que Nicaragua, donde el PIB per cápita es de aproximadamente US$2.000, pero no sabemos cuánto más rica. Cuba tiene niveles relativamente altos de educación y salud, pero a partir de las experiencias de reformas postsoviéticas sabemos que para un país es fácil perder esas ventajas. Ya hay escasez de muchos productos de salud básicos, entre ellos antibióticos y tecnología médica.
La mejor manera de entender el futuro de Cuba es analizar sus exportaciones. Los servicios médicos constituyen alrededor del 40 por ciento de las exportaciones, pero se estima que algunos de los principales compradores, como Brasil, Argelia y Angola, reducirán la demanda.
Los precios del azúcar aumentaron en 2016, pero siguen estando muy por debajo de los niveles de 2012, y los precios de las materias primas no parecen estar a punto de una gran recuperación. Otras exportaciones agrícolas cubanas comprenden cítricos, pescado, cigarros y café, pero rara vez conducen a la riqueza. La realidad es aún peor, dado que Cuba tiene que importar entre el 70 y el 80 por ciento de los alimentos que consume, lo que se lleva una buena cantidad de moneda extranjera valiosa.
Cuba no está en buena posición para un gran incremento de la producción. Por ejemplo, la demanda de café en los Estados Unidos ha experimentado un fuerte aumento, y parte de la oferta global se ha mostrado vacilante, de modo que ahí hay una oportunidad. Pero también es cierto que ahora hay más países productores de café de calidad que antes, y cuesta imaginar que el marco institucional corrupto de Cuba, incluso después de Castro, le permita ganar mercados a las muy experimentadas culturas empresariales de Brasil y Colombia.
En lo que respecta a producción industrial, la actividad cubana permanece por debajo de la mitad de su nivel anterior a 1989. El ahorro y la inversión constituyen alrededor de 10 por ciento, aproximadamente la mitad de los promedios latinoamericanos, y el marco legal es hostil a la inversión extranjera directa. La elección de Donald Trump también ha generado incertidumbre sobre la política de los Estados Unidos en relación con la isla.
Tal vez lo más importante sea que Cuba aún no ha repudiado el comunismo ni el fidelismo. Richard E. Feinberg, un especialista en Cuba, describe la inercia en estos términos: “En el plano burocrático, en más de 50 años el Estado cubano ha adquirido tantas capas, se ha cargado de tanta burocracia y tiene tal aversión al riesgo, que los procedimientos de toma de decisiones se han roto”. En otras palabras, Castro no era el único problema, y no es evidente que vaya a producirse un cambio ideológico.
Si Cuba no hubiera tenido una revolución comunista en 1959, podría haber sido una de las economías latinoamericanas más exitosas. Pero el pasado cuenta, y hacer retroceder el reloj es más fácil de decir que de hacer. En este momento, el lugar parece hallarse demasiado lejos de ser la próxima Costa Rica, y mucho menos el Singapur del Caribe.