¿Pokémon Go es una herramienta para 'controlar el mundo'?

Irán ya prohibió Pokémon Go en su territorio, mientras que Israel, Rusia e incluso EE.UU. ya pusieron límites al juego de realidad aumentada. Puede que estas medidas sean exagerados, pero de ningún modo carecen de fundamento.

La paranoia de Irán con Pokémon Go no es tan descabellada.
La paranoia de Irán con Pokémon Go no es tan descabellada.

(Bloomberg View).- Solo era cuestión de tiempo antes de que algún país prohibiese Pokémon Go, el adictivo juego que se basa en localizaciones. Ahora Irán se ha ganado ese título.

Sin lugar a dudas, otros también intentarán regular este juego de realidad aumentada, por una simple razón: Pokémon Go plantea muchas preguntas que carecen de respuesta satisfactoria.

Puede que Irán haya tenido algunas razones relacionadas con el islam para prohibir Pokémon Go: ya se emitió una fatua, o norma religiosa, contra otros juegos anteriores a Pokémon; entre otras cosas, se rechazaba la noción básica de que uno podía acelerar la mutación de criaturas para hacerlas más poderosas ya que esto apunta a la teoría de la evolución. Pero se han recogido declaraciones de Abolhasan Firouzabadi, el zar de internet del país, en las que la prohibición responde a cuestiones de seguridad.

El ejército israelí también ha prohibido Pokémon Go por razones de seguridad. El juego, según mantiene, activa las cámaras de los móviles y los servicios de localización y podría revelar ubicaciones a alguien que esté vigilando.

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[Niantic, la empresa que lanzó el juego, puede hacer que la gente vaya donde quiera abriendo un gimnasio Pokémon en una localización específica como en el parque Kennedy en Miraflores. Foto: Reuters]

Por su parte, el ejército estadounidense ha preferido una advertencia más suave y solo ha dicho que el juego “no está autorizado” en zonas restringidas. En China, hay temores (no oficiales hasta el momento, ya que el juego ni siquiera se ha lanzado en el país todavía) a que éste pueda comprometer la seguridad de las instalaciones militares.

En Rusia, el sitio de Internet pro-Kremlin Politoline lanzó una diatriba contra Pokémon Go argumentando que se trata de una herramienta para “controlar el mundo creada por un ex empleado del Departamento de Estado de los Estados Unidos”. (Ciertamente John Hanke, máximo responsable de Niantic, la empresa que ha lanzado el juego, trabajó para el Gobierno estadounidense en el pasado).

Un político ruso ha sugerido que el juego podría ser utilizado para organizar reuniones espontáneas en masa como “provocación” para “disturbios a gran escala”.

Puede que estos temores sean exagerados, pero de ningún modo carecen de fundamento desde el punto de vista técnico. De hecho Niantic puede hacer que la gente vaya donde quiera abriendo un gimnasio Pokémon en una localización específica o enviando un Pokémon inusual.

También ha poblado localizaciones con varios tipos de criaturas según su cercanía al agua u otros parámetros, con lo que tiene cierto control sobre qué Pokémon aparece y en qué lugar. Así como Uber ha demostrado su capacidad para seguir a cualquier cliente, una aplicación que utilice un sistema de seguimiento de localización personalizado -y las identidades del juego se basan en datos de Google, lo más parecido técnicamente a un pasaporte- puede, en teoría, hacer lo mismo.

Es lógico no creer en escenarios que se asemejan a una distopía barata. Pero no por nada el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, pone cinta adhesiva sobre la cámara de su ordenador. Si tenemos alguna razón para creer que alguien nos pueda estar vigilando -el multimillonario Zuckerberg la tiene, al igual que las fuerzas militares y los gobiernos represivos- es razonable ser doblemente paranoicos.

El problema con Pokémon Go no se limita a países que no respetan los derechos humanos como Irán, Rusia y China. El martes la Federación de Organizaciones de Consumidores Alemanes lanzó una especie de ultimátum al juego. La organización exige a Niantic que elimine 15 normas del acuerdo de usuario ya que infringen las leyes de privacidad de Alemania y ha dicho que presentará una demanda si no retira las normas. Por ejemplo, según el acuerdo, el usuario sólo puede interponer un recurso legal en la forma de “arbitraje individual y vinculante” y no mediante una demanda colectiva o un juicio con jurado popular.

A los defensores de los derechos del consumidor también les preocupa que no se pueda jugar de forma anónima. ¿Por qué necesita Niantic conocer la identidad de un jugador en Google o en una red social? Si el modelo de monetización es el de vender artículos virtuales -como el acuerdo de usuario parece sugerir- o si está basado en estrategias publicitarias, esto no es necesario. ¿Tiene previsto Niantic vender los datos que recoge? Esto también parece contravenir las leyes contractuales europeas.

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Todos estos temores no se limitan a Pokémon Go. El juego sólo es un precursor de la revolución de la realidad aumentada que llegará pronto: los móviles --por lo menos los que se basan en el sistema operativo Android— pronto tendrán numerosas aplicaciones que podrán cambiar la forma en la que experimentamos localizaciones físicas, desde nuestra propia casa a museos o restaurantes. Esto permitirá hacer un seguimiento o dirigir a individuos, así como recopilar datos personales. Es cierto que muchas aplicaciones ya lo hacen, pero aquellas que aúnan localizaciones con funciones de grabado de vídeo y de identificación son especialmente preocupantes.

Como es habitual, una compañía de Estados Unidos ofrece una tecnología revolucionaria y emocionante al resto del mundo sin preocuparse por las consecuencias. Esto está bien durante la fase de lanzamiento inicial pero, como demuestra la experiencia de Uber y de Airbnb, la regulación y las prohibiciones siguen rápidamente a esa primera ola de entusiasmo.

Uno podría interpretarlo como una intromisión de los gobiernos o los abogados para cortar las alas a una innovación de cuento de hadas o bien como la intervención de unos ciudadanos y autoridades preocupados que se apresuran a poner freno a esta distopía. De cualquier forma, estas empresas revolucionarias no lo van a tener fácil, incluso fuera de lugares como Irán.

Por Leonid Bershidsky.

Esta columna no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial ni de Bloomberg LP y sus propietarios.

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