“En el fondo, nací en la clase media. Eso se mantuvo con mis padres gujaratis y es algo que nunca se ha ido de nosotros. Creo que es algo bueno. Estoy muy, muy orgulloso de los valores que he heredado”.
¿Quién no se ha sentido alguna vez ‘clase media’, esa etiqueta abstracta en la que puede entrar casi cualquier cosa si las pinzas con las que sujetas tu argumento son medianamente aceptables? El entrecomillado sale de la boca de Mukesh Ambani, quien prefiere “hablar con actos, no con palabras”. Hablemos, pues, de Mukesh Ambani.
Con una fortuna de 21,500 millones de euros, es el hombre más rico de India desde hace casi una década y ocupa el puesto 36 en el ranking mundial de Forbes. En 2008 llegó a estar en el top 5 seguido de su hermano. Eran buenos tiempos. Ambani, ingeniero químico, dejó a medias su MBA en la universidad de Stanford para ayudar a su padre a levantar el imperio familiar, Reliance Industries, que hoy tiene un valor de mercado de 45,000 millones de euros.
A sus 59 años, Ambani es el presidente de un conglomerado que se dedica al petróleo, gas, petroquímicos, textil, alimentación, energías renovables o telecomunicaciones. También posee numerosos medios de comunicación y escuelas de negocio e investigación.
Cuando en 2010 su hija Isha, estudiante de Yale, le dijo “papá, internet en casa es una mierda”, el magnate no puso una reclamación, ni cambió de operador. Creó su propia compañía de telecomunicaciones. Típica reacción de la clase media ante una dosis de realidad, un problema cotidiano en todos los hogares indios con acceso a la red.
Después de llevar internet a miles de casas, su firma Jio ha entrado recientemente en el mercado de la telefonía 4G y ha desatado una tremenda guerra de precios. En sólo un año, su marca de móviles LYF se ha convertido en la tercera que más vende en India.Ambani es propietario de un equipo de críquet y uno de los mayores filántropos indios. Su casa se llama Antilla.
Es un edificio en pleno Bombay de 160 metros y 27 plantas. Dentro hay nueve ascensores, un aparcamiento de seis pisos, salas de baile y cine, escaleras con barandillas de plata y hasta un helipuerto. Se habla incluso de una “sala de hielo” para descansar del calor de la ciudad.
La residencia, valorada en unos 1,000 millones, no tiene dos pisos iguales por deseo de su esposa, Nita Ambani, quien también alardea de sus “valores de clase media” diciendo que sus hijos, como ella, crecieron viajando en transporte público porque “necesitaban saber cómo son las cosas en realidad”.
La empresaria recuerda “con nostalgia” aquellos “divertidos tiempos” más humildes. Ya lo dijo su marido en la última reunión anual de la compañía: “no hay nada más precioso en este mundo que la vida”. Y qué vida, oye.
El Mundo