La colaboración, la comunicación y la interacción con otros marcan nuestro día a día laboral, pero que levante la mano quien no se haya puesto los cascos alguna vez para concentrarse en su tarea. Enchufarse la música o recurrir a cualquier otra actividad para evadirse del entorno -deslizarse en las redes sociales también en otra opción- es ya un hábito para muchos profesionales que pasan buena parte de su jornada delante de un ordenador.
La cuestión es si ese aislamiento aumenta su concentración y su eficacia en el puesto, o les hace más antipáticos y peores compañeros. José Manuel Chapado, socio de Éthica Consultores, imagina otro escenario: “Existen ambientes tóxicos ante los que el profesional quiere protegerse. En este caso, la música o los cascos no son una herramienta de concentración, sino una barrera de protección y, en cierta forma, un modo de huida”. Para Chapado, “no debiera importar tanto la conducta en sí como la causa que la genera. Somos muy proclives a juzgar las intenciones, y podemos equivocarnos. A lo mejor, los colaboradores sólo pretenden una mayor concentración y una protección razonable frente al ruido de ambiente”.
Desde una perspectiva científica no es ningún secreto que la música -según qué tipo- favorece la concentración. Gina Arán, profesora del Máster de Dirección y Gestión de Recursos Humanos de la UOC, explica que “la música libera en el cerebro dopamina y serotonina, neurotransmisores que producen una sensación de placer y relax. Es la recompensa. Esto hace que las personas se sientan más felices y relajadas, mejora su sentido del humor y se concentran más”. Sin embargo, Fernando Botella, CEOde Think&Action, advierte que una música de ambiente será mejor que tu propia música en los cascos porque distrae menos. Apunta que “está probado científicamente que la música resta concentración, hasta un 60% según algunos estudios. Nuestro cerebro no está preparado para hacer dos cosas a la vez. Si en los cascos suena música que te gusta y que has elegido, el foco se dispersará entre la tarea que estés realizando y lo que suena. Como consecuencia el rendimiento se resiente, la persona no acaba de resolver porque divaga más y tarda más tiempo en completar la tarea”. Una tardanza que compensa, según este experto en gestión de personas, porque al divagar “contemplan más alternativas y tienen mejores ideas”.
Comunicación
La tecnología ha cambiado los canales de comunicación, de manera que no hace falta hablar para comunicarse. Juan Antonio Fernández, socio y director general de Habittud, recuerda que “a través del correo electrónico se realizan muchas de nuestras interacciones o relaciones laborales. Se tiene en cuenta la opinión de los demás, pero no tanto por voz o a través de reuniones físicas. Es una nueva forma de tomar decisiones”. Chapado matiza que “es bueno que existan canales de comunicación informal y se preserven. Mejor que prohibir los cascos es promover un café a mitad de jornada donde fluya la camaradería y el buen ambiente”.
También Fernández hace referencia a distintos estudios para explicar que “hacer pequeños breaks y hablar de temas no laborales con nuestros compañeros es positivo para nuestra salud. Ayuda a recargar las pilas antes de continuar con las tareas encomendadas”. Y es que abrir los oídos a lo que sucede nuestro alrededor puede ser el mejor canal para la innovación. Arán subraya que “el valor se genera a través de la interacción. A menudo escuchar lo que sucede alrededor hace que salte la chispa, que surja una asociación de ideas que aumenta la probabilidad de pensar cosas nuevas o mejorar lo que estás haciendo”.
Diario Expansión de España
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