En los últimos 30 años, he dado más de 3,000 discursos ante audiencias de todo el mundo. Las presentaciones han sido una parte tan crucial de mi trabajo que muchos de los que me conocen se sorprendieron de descubrir cuánta ansiedad solía sentir al momento de dar estos discursos.
Después de mi cuarta endodoncia, mi dentista me dijo que parecía que yo rechinaba los dientes por la noche. Me sugirió usar un protector bucal. En los años siguientes, desgasté tres de ellos. Afortunadamente, la ciencia médica avanzó más rápido que mi rechinado y al fin recibí uno más duradero. Aun así, ya me había resignado al hecho que un sueño irregular, piernas inquietas, y una variedad de dolores en todo mi cuerpo eran el precio de la carrera que había elegido.
Hace 10 años supe que había entrado a una nueva etapa cuando fui invitado a hablar ante una prestigiosa audiencia empresarial en el Radio City Music Hall. Dormí tranquilamente la noche anterior. Y cuando caminé a través de las cortinas para dirigirme a 6,000 ejecutivos elegantemente vestidos, mi antiguo pánico y temor fueron reemplazados por un sentido de alegría y gratitud.
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Como me di cuenta de que las presentaciones serían una faceta permanente en mi carrera, comencé a acumular tácticas para aumentar mi satisfacción y, al mismo tiempo, reducir el dolor. A continuación comparto seis tácticas que son de gran ayuda:
1. Bendecir, no impresionar. Descubrí que la mayor parte de mi estrés era más por motivación propia que por el evento en sí. Me preocupaba más por lo que la gente pensaría de mí más que si yo les iba a servir de manera efectiva. Estaba más estresado cuando mi motivación era lucir bien en vez de hacer el bien. Recuerdo estacionar mi auto a un lado de la carretera en las colinas de Silicon Valley de camino a dar una conferencia ante un equipo ejecutivo, una situación que me tenía muy preocupado. Me pregunté: “¿Por qué estoy haciendo esto?” Cuando observé el Valle, la opresión en mi pecho desapareció y una repentina claridad surgió. Mi misión no era yo –eran ellos. Me centre en las ideas importantes que quería compartir. Ya no me importaba si lo hacía a la perfección. Lo único que quería era hacerlo lo suficientemente bien para que ellos se sientan bendecidos por la experiencia. Mi estrés desaparece cuando mi motivación es bendecir en lugar de impresionar (Bless, don’t impress).
2. Ensayar, pero no obsesionarse. He aprendido a discernir cuando un exceso de ensayo es contraproducente. Provoco más estrés en mí mismo cuando mi preparación va más allá del punto de un rendimiento decreciente. Cuando se trata de una obsesión, no preparación, es el momento de simplemente desconectarse y participar en alguna actividad recreativa. Si voy a dar una nueva presentación practico tres veces: Cuando termino de prepararla, un día antes de la presentación, y finalmente un par de horas antes de salir en escena.
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3. Crear paradas de descanso. Durante las tres semanas previas a mi primera presentación de tres horas, apenas podía hacer un resumen. ¿Cómo podría evitar perder el hilo de la presentación durante tanto tiempo? Luego descubrí que si bien una presentación de 180 minutos puede parecer un campo minado infranqueable, una serie de periodos de 10 minutos puede ser algo más factible. Empecé a organizar mi material en partes más pequeñas que se compenetraban lógicamente entre sí.
4. Hacer una conversación más que un monólogo. Para alivio mío y de la audiencia, descubrí que el público odia los monólogos prolongados casi tanto como yo temo darlos. El público se desconecta cuando su monólogo es aburrido. Hay cientos de ingeniosas maneras para atraer a la audiencia que amplifican la capacidad de persuasión de su presentación, alivian la monotonía de una conferencia y reducen su ansiedad al hacer paradas de descanso. Combiné esto con la percepción anterior, organizando todas mis conferencias en pequeñas partes separadas por actividades de participación breves, relevantes y relacionadas con el tema apropiado.
Las actividades de participación invitan a los asistentes a pensar, sentir, ayudarlo, o intentar algo con usted. Por ejemplo, usted podría compartir datos e invitar al público a darles sentido junto a usted (pensar); mostrar un breve vídeo que provoque emoción pertinente sobre el tema (sentir); pedirle a alguien que lea una cita pertinente de un experto y hacer comentarios al respecto (ayudar); o intentar una habilidad que usted está enseñando de una manera segura y estructurada (intentar).
A menudo me dicen que los “grupos sofisticados” no quieren estar involucrados. Eso es una tontería. Ellos no quieren estar involucrados en formas tontas o sin valor. Pero les encanta una tarea estructurada que es relevante para el tema y les hace sentir inteligentes y respetados.
5. Conocerse a sí mismo es clave. No hay nada intrínsecamente estresante sobre una presentación. El estrés suele ser autoinducido –a menudo debido a un trauma por vivencias dolorosas (es decir, el público se rio cuando usted chilló en vez de cantar durante un solo de coro en primaria) con las que su mente evoca una conexión. Con el tiempo, me di cuenta de que mis exigencias autoimpuestas para lograr la perfección y el deseo de tener una aprobación universal eran mis principales generadores de ansiedad. A medida que he desarrollado fuentes de paz y un sentido de valor que son independientes de estas metas inalcanzables, percibo que es más fácil centrarme en bendecir y dejar de lado la necesidad de impresionar.
6. Respirar. La psicóloga Amy Cuddy me dio una herramienta muy práctica para reducir el estrés. En experimentos controlados, ella demostró que antes de entrar a una reunión importante, puede reducir sustancialmente las hormonas del estrés en la sangre respirando profunda y lentamente mientras asume una postura influyente y de poder (como la Mujer Maravilla o Superman). Cuando aparecen los nervios de último minuto, busque un lugar donde puede aplicar esta táctica para su beneficio.