De la misma forma que demasiado buen rollo en el lugar de trabajo termina siendo perjudicial, el exceso de buen humor también repele. Ser gracioso es un plus, y otorga una visibilidad y una influencia que, en principio, puede ser valiosa. Aunque esa pose, mal gestionada, nunca es sostenible y llega a no tener ninguna gracia.
Aquéllos que hacen reír a los demás en el entorno laboral suelen ser vistos como profesionales más competentes y seguros de ellos mismos. El humor es un signo de inteligencia y, quizá por ello, a quienes saben usarlo se les supone un estatus superior. Provoca una percepción de imagen y marca personal sorprendente. Esto al menos es lo que concluye un estudio de la Harvard Business School y de la Wharton School de la Universidad de Pennsylvania, que ha llegado a relacionar la capacidad para ser gracioso con factores como el respeto, el poder, la admiración y la influencia que el contador de chistes tiene en el resto de sus compañeros. Pero todo tiene un límite.
Tipología
Juan San Andrés, consultor de organización, explica que hay un amplio repertorio de graciosos, y que su manifestación y efectos dependen de una cuestión de grado: “Pueden ir desde el gracioso inteligente y ocasional, que alivia y destensa una situación difícil, hasta el que no tiene tacto ni sentido de la oportunidad, que hace que todo el mundo cruce miradas de estupor cada vez que habla. Este último es el que necesita hacer sentir su presencia, atraer hacia sí la atención de los demás, y para ello usa chistes fáciles en situaciones en las que no procede. A veces puede usar a otros, y psicológicamente está cercano al tipo histriónico de personalidad, a la teatralidad que requiere de público. Tiende al egocentrismo -con un componente narcisista que persigue la admiración- y a la superficialidad en sus relaciones, y en ocasiones a la manipulación”. Para Ovidio Peñalver, socio director de Isavia, “lo hace para agradar y caer bien, y en ese sentido está muy cerca del pelota”.
San Andrés cree que la atención que los demás dan a su peculiar humor le sirven para confirmar su pertenencia al grupo y valora esta recompensa incluso más que un ascenso. Pero concluye que “la carrera del gracioso dependerá mucho de su nivel de rendimiento y de la oportunidad de sus intervenciones aunque, en general, no suelen llegar muy arriba, porque el mundo corporate no premia estos perfiles”.
Aportar valor
En esa gradación Jorge Cagigas, socio de Epicteles, distingue básicamente entre el gracioso que aporta valor y el que sólo es gracioso.
En el primero, el humor forma parte de su ADN. Peñalver coincide en que ser gracioso es un don, una habilidad difícil de aprender y de modular.
En el segundo, el humor es impostado. El primero busca un objetivo común, aporta valor para sí con esa forma de actuar, nunca utiliza algo que descalifique a alguien y ayuda a que las relaciones en la organización sean saludables.
El segundo tiene un interés oculto de carácter individual, genera cierto rechazo, usa la descalificación y tiene un efecto tóxico a largo plazo en la organización.
¿Es necesario?
Cagigas recuerda la figura del bufón, y cómo ésta emergía con cierta influencia en épocas pasadas. Se pregunta si en la empresa de hoy, que es un sistema moderno de asociación, es recomendable contar con profesionales de hacer reír o con entretenedores. La respuesta es que no tiene sentido contar con un profesional de la risa, un gracioso o bufón. Aunque, dicho esto, el experto cree que “hay organizaciones en las que los graciosos sí cuentan. Es lo que les ayuda precisamente a sobrevivir profesionalmente. Siempre hay alguien que anima el cotarro, o el que ríe las gracias del jefe que nadie le ríe… En inglés se utiliza la expresión gregarious para identificar al que es el perejil de todas las salsas dentro de determinadas organizaciones que valoran al gregarious”.
Cagigas opina que son bien recibidos “aquéllos que tienen una visión positiva y dan un toque de gracia, siempre que lo hagan siendo eficaces. Se valora que se haga con cierto grado de inteligencia y complejidad. Es la clase de humor que ayuda a conseguir resultados o a alcanzar los objetivos fijados”.
Oportunidad
Para Peñalver, lo que se valora es “que sea algo natural, auténtico y espontáneo. Siendo así, vale para mitigar la tensión en momentos duros de la organización. El gracioso con sentido de la oportunidad disfruta más del día a día en el trabajo. Es más feliz. Lo ideal son las bromas sanas, ecológicas y con empatía. Ese humor oportuno siempre es rentable profesionalmente”.
Juan San Andrés concluye que, en general, el efecto del gracioso depende de ciertos factores, como su nivel de rendimiento: “Se le tolerará más si su contribución es buena y si no es gracioso en extremo”.
También influye el grado de oportunidad y la medida en que el superior sintonice con esas gracias: Esto es crítico. Si el jefe las acepta bien, se confirmará como gracioso oficial y el grupo podrá posicionarse a favor o en contra.
Diario Expansión de España
Red Iberoamericana de Prensa Económica (RIPE)