Muchos colaboradores anhelan la flexibilidad laboral. Pero trabajar desde casa es un privilegio que también cuesta caro. Es clave tomar en cuenta que la oficina no debe filtrarse en la vida personal del empleado.
Por ello, el profesional debe aprender a colocar límites. Las funciones, responsabilidades y los proyectos relacionados con el trabajo no pueden convertirse en un factor invasivo ni perturbador para la familia. El empleado no debe permitirlo.
Una vez llegada las siete de la noche, es recomendable dejar de atender llamadas y no responder correos electrónicos relacionados con el trabajo. Comúnmente, los trabajadores que gozan de flexibilidad albergan un sentimiento de culpa cuando no atienden a sus clientes o superiores a la hora en que a éstos se les ocurre.
“La principal razón es que suelo sentirme obligada a estar siempre disponible para que nadie en la casa matriz en Nueva York crea que estoy perdiendo el tiempo”, narra Laura Kreutzer en el diario WSJ.
Pero esto es un grave error. La idea, aunque se trabaje en oficina o desde casa, es mantener un equilibrio entre la vida familiar y la vida laboral. Por tanto, es vital hacerle comprender a colegas y superiores que la flexibilidad no implica que la persona deba estar disponible 24/7.
El mayor reto es saber cuándo dejar de trabajar. Un punto importante para aprender a desconectarse es restringir los documentos laborales y cualquier otro material relacionado con el trabajo a la oficina.
Dedicar entre 10 y 15 minutos para organizar el escritorio y hacer una lista de tareas pendientes para el día siguiente también es un paso fundamental. Esto hará sentir a los trabajadores en cuestión que terminó su día.